sábado, 21 de noviembre de 2009

"El Cumpleaños"


Hola:

Aquí está el regreso de un clásico. Uno de mis primeros cuentos y quizás el más significativo que he escrito hasta ahora. Estuvo de paseo para un concurso de cuentos de la Revista PAULA. Espero como siempre que les guste.


EL CUMPLEAÑOS

Hoy he despertado con un tímido rayo de sol colándose por las cortinas del ventanal. Es un día muy especial, pero con algo de melancólico en su pasar. Abro los ojos y lo primero que veo eres tú. Duermes plácidamente, nada te ha de preocupar en ese ligero y a la vez embriagador sueño, te entregas a él como una hoja al viento, como caen los pétalos de las rosas y el vacío le da ciertos vaivenes que mientras pasan, tú mueres de agonía, pendiendo de un hilo en esa angustia de gritarle para que dejase de ser atraído por la gravedad hacia el fondo del terreno. He decidido dejarte dormir hasta más tarde, a fin de cuentas no eres tú, sino yo quien debe realizar los preparativos para el festín de este día.

Hoy es mi cumpleaños número 32, no puedo creer que el tiempo haya pasado tan rápido. Parecía ayer el día en que tú me pedías matrimonio y luego celebrábamos esa gran boda. Recuerdo que la cola de mi vestido llegaba desde el altar hasta la puerta, bueno, quizás no tanto, pero sí era demasiado larga y todo porque tú querías que tuviera el vestido de novia más original de todo el mundo. Recuerdo cuando dijimos el “sí” y mi madre lloraba de emoción. Mi padre, con su serio ademán, era la primera vez que le veía sonreír y tú, tú siempre has sido muy sentimental, pero este día te mostraste tan fuerte y me dijiste “no voy a llorar, porque este momento es para festejar”. Qué tonto, ojalá hubieras recordado eso hace dos años atrás, te juro que cada una de tus lágrimas me desgarró el corazón.

En fin, me levanté, me puse la bata y caminé por el pasillo hasta el cuarto del pequeño Luis. Aún dormía, acurrucadito en su frazada. Sus cuatro añitos son motivo de una alegría inmensa para mí. Ojalá y pudiera cumplir un año menos ahora, porque así podría llegar nuevamente al día, sólo unos años menos, un poco más atrás en el tiempo para que todo fuera distinto.

Encendí el calefón, luego la ducha y mientras se temperaba el agua te vi venir hacia el baño. Imaginaba que me tomarías ahí mismo, que arrancarías esta bata de mi cuerpo como quien despoja una flor en la tormenta, pero no sucedió, soy invisible a tus ojos, ni siquiera tengo tu piedad en un día como hoy, que es mi cumpleaños. Está bien, no importa. Esperé a que salieras del cuarto de baño para quitarme mis ropas y darme una buena ducha.

Al salir, no podía encontrar ninguna de mis ropas en el armario. Las escondiste para así evitar encontrarte conmigo, quieres olvidarme, pretendes acallar todo esto tan sólo desarraigándome de tu memoria. Por fin, en el último cajón encontré doblado mi vestido violeta, tu favorito. Recuerdo que me lo regalaste para mi primer cumpleaños estando casados, hace ya cinco años. Las lágrimas ahogaron mis ojos, pero debía mantenerme firme, aún me faltaba saludar a mis invitados.

En cada cumpleaños recibía la llamada de mis padres al despertar. Hoy no ocurrió. El café me supo amargo completamente, porque apenas pude sentarme a la mesa, tomaste las llaves, cogiste al niño y te lo llevaste donde mis padres. En consecuencia, tomé el desayuno sola. No importa, porque tenía la esperanza de que esa tarde todo cambiaría.

Lavé los platos de la cocina, eran muchos. Pasé la aspiradora y limpié los vidrios del ventanal. Saqué de la bodega los individuales y el mantel de fiesta, también la caja con las copas y finalmente la vajilla de porcelana que le costó un dineral a tu hermano pero que fueron el regalo de bodas que más me encantó. Decoré todo muy bonito.

Me dieron las tres de la tarde. Sabía que llegarías a las siete hoy, por lo que me relajé un rato sentada en el sofá, mirando viejas fotografías, donde estabas tú y Luis cuando recién nació. El parto fue tan complicado, pero sabía que ese niño estaba destinado a nacer. No lo dejes nunca solo, es un milagro que pudiera nacer, porque para mí el embarazo estuvo lleno de complicaciones. ¡Qué rápido pasó el tiempo!, a las cinco recién me percaté. Fui por la torta, debía de estar lista hace mucho.

Era hermosa, de crema y frutilla, decía con muchos colores: “Feliz cumpleaños Doris”. Se veía deliciosa y fue el momento más colorido del día. Al llegar a casa ya era las seis y media. Puse la torta en el centro de la mesa, coloqué el champagne a un lado, también dos puestos más por si mi papá y mi mamá venían a dejar al niño y me senté en la cama, en el dormitorio a esperarte.

Me daba pena que no hubieras dejado ni una rosa, ni una caja de bombones como siempre lo hacías al lado de la cama, pero bueno, no te culpo, hay costumbres que se desgastan con el tiempo. Lo mismo pensé del llamado de mis padres. Finalmente el teléfono sonó, me levanté rápidamente, exaltada por el sonido de la campanilla, atendí, era la voz de mi hermana. Yo le hablaba pero parecía no escucharme. Es más ni siquiera preguntó por mí, sino que preguntó por ti. Al instante cortó. Debe de ser un problema con la conexión pensé, así que tomé el teléfono y le devolví el llamado. Ocurrió lo mismo, ella decía “aló” y yo también, pero no podía oírme. En eso suena la puerta, eras tú, venías con mis papás y con Luis en brazos.

Si viene cierto, era un día muy alegre para mí, pero no entendía por qué mis padres estaban vestidos de negro. Les sonreí efusivamente y estiré los brazos para recibir sus saludos, pero pasaron por al lado mío como si nada. Marco hizo lo mismo, llevó a Luis a su pieza, sin embargo, lo que hizo que mi corazón volviera a acelerarse fue la pregunta del niño: “Papá ¿Crees que mami sepa que hoy es su cumpleaños?”. Luis recordaba qué día era hoy, pero quedé inmediatamente helada cuando tú le contestaste: “No lo sé hijo, ella está descansando ahora, no creo que pueda recordarlo, pero igual, quiérele mucho para que así ella siga durmiendo tranquila”.

Luego volviste a la sala, te despediste de mis padres en la puerta y les agradeciste por su compañía el día de hoy, que aún es difícil pasarlo solos. Aquí estoy Marco, aquí estoy marido mío, estoy frente a ti y no puedes verme. Marco caminó hasta la pieza matrimonial y sentado en la cama, con la puerta cerrada se puso a llorar, mientras decía entre sollozos: “Fue tan difícil sacarla de entre los fierros”. Fue ahí donde las imágenes de ese día volvieron a mí, la sangre, los vidrios rotos, el choque, el autobús, todo ese maldito día de hace dos años atrás.

Me senté en la cabecera de la mesa, encendí temblorosamente las velas de la derretida torta, mientras entonaba otro “cumpleaños feliz” completamente sola.

viernes, 30 de octubre de 2009

La presa



Hola:

Se viene por fin el término de Octubre y lo despido con un último cuento de suspenso, espero que les haya gustado esta incursión que hice de este género durante estas últimas publicaciones.

Saludos!

La presa

Los pasos se sentían a escasos metros de donde se encontraba el grupo de jóvenes scouts. Parecía que en la silenciosa brisa de la noche que remecía las hojas de los árboles no había otro ruido que no fuera el del ambulante espectro que se paseaba por todo el valle, entrando en casas de los pueblos aledaños para asaltar sus graneros y cobrar la vida de uno que otro animal de corral.

Ese fin de semana se había convertido en un gran desafío para Franco, un muchacho de unos 14 años, flaco y desgarbado, debilucho a simple vista y gustoso de la literatura que debía soportar la presión de sus compañeros por su prueba de iniciación para ascender dentro del grupo de exploradores, sumado con la leyenda de la bestia que recorría los valles durante la oscuridad. Llegado el momento, justo en una noche de luna llena, se le comunicó su reto: Debía atravesar el río por la noche y traer de vuelta un banderín que se encontraba oculto del otro lado del cauce. Para ello sólo contaba con la luz de la luna y una hora de plazo.

El temor que se agolpaba en su garganta como un nudo lo forzaba a disimular seguridad ante el resto, esperando convencerse a sí mismo de que todo estaría bien y de que el espectro que merodeaba los pueblos de la quebrada sólo era una vieja leyenda rural producto de la sugestión costumbrista. Atravesó el río a duras penas, cayendo desde las piedras y empapándose entero. Se tomó unos minutos para estilarse y luego se internó en el oscuro bosque. El sendero era siniestro y poco se podía ver con la escasa luz que se colaba entre las ramas. El pie de Franco dio a parar en un lodazal y posteriormente se tropezó con un peñasco. Incorporado, se sentó a un lado del sendero, adolorido por la caída y fue entonces que sintió la agitación de los arbustos. Se levantó inmediatamente y temblorosamente llamó para saber quién merodeaba.

Como no recibió respuesta, se imaginó que podían ser los demás muchachos que estaban por allí para asustarle, así que optó por seguir buscando el banderín. Llegó hasta la ladera de un cerro, donde estaba la bandera pero se encontraba en el suelo y rasgada como por un animal. La cogió mientras echaba un ojo a los alrededores pero no vio señas de ningún animal salvaje. Ajustó el banderín al cinturón y emprendió la retirada, entonces tuvo que darse la vuelta rápidamente hacia el cerro de donde cayeron piedras por el presunto movimiento de alguien en sus alrededores. Franco vaciló en investigar y decidió correr a toda prisa por el bosque, perdiéndose en la carrera al interior del oscuro sendero.

Le pareció correr en círculos, entonces se detuvo para percatarse de los restos de plumas y sangre en la tierra y en parte de la corteza de un gran árbol. -¡Un animal salvaje! – Exclamó, mientras que intentaba caminar con sigilo para no ser percibido, no obstante, sus esfuerzos fueron en vano porque la sensación del movimiento de los arbustos alrededor de él lo hicieron apresurar la carrera hasta correr. Aquel animal que lo perseguía había salido en su captura a una velocidad mayor pero sin verse entre los fugaces vistazos que echaba hacia atrás Franco, entonces tropezó nuevamente y el banderín se le cayó del cinto, lo que lo retrasó en su incorporación.

El muchacho pudo sentir detrás de él la respiración jadeante y el vértigo de ser la presa de un animal cazador, entonces trató de escabullirse a rastras sin éxito, porque su captor, que resultó ser un ser humano lo cogió por el tobillo con una de sus manos mientras que con la otra se aproximó a cogerle del cuello de su camiseta.

Franco chillaba con gran desesperación, notó que el hombre traía consigo un garrote colgado en su espalda mientras luchaba por zafarse, el hombre lo miró con unos brillantes ojos amarillentos y una expresión psicopática en su rostro, alzó con una de sus manos el garrote para darle al joven, mas el niño aprovecha para escaparse y seguir corriendo desesperadamente, zigzagueando entre los oscuros matorrales. El cazador intentó seguirle el paso, mas Franco logró despistarlo escondido entre unas piedras.

Aprovechando el silencio, Franco intentó acercarse por donde sentía el sonido del agua del río. Iba perplejo, en estado de shock, entonces, justo antes de salir de los arboles hacia el lecho del río, aparecen dos figuras de su estatura con capuchas que lo envisten: - ¡Te asustamos! -. Gritan a coro, comprendiendo en la perplejidad que se trataba de una broma.

Reunidos, junto a las carpas y al fuego, los muchachos le comentan de cómo se les ocurrió asustarlo en el bosque para hacerle más divertida su iniciación. La idea de las máscaras había sido del instructor, Franco se relaja y luego de darse cuenta de que había dejado caer el banderín les confiesa que fue notable el momento en que desplumaron a una gallina y dejaron su sangre en el camino. Todos se miran sorprendidos, a lo que Franco agrega que el personaje del viejo con garrote había sido muy bien logrado por el que lo haya interpretado. La sorpresa de los que estaban sentados allí se acrecentó aún más, comentando que no sabían a lo que su compañero se estaba refiriendo.

domingo, 25 de octubre de 2009

La última prueba



La última prueba


Cierto día, alentados por las historias que giraban en torno al viejo edificio de la escuela de Derecho, un grupo de estudiantes que estaban desvelados estudiando para un examen al día siguiente decidieron dar rienda suelta a su curiosidad y desafiar los refranes populares intentando acercarse al oscuro y viejo edificio que estaba en el rincón menos iluminado y transitado de la universidad. Eran tres amigos que deseaban demostrar su hombría probando estar en el sitio donde se habría suicidado un ex alumno de la carrera luego de reprobar su examen de grado, ahorcándose en la sala de clases en la cual habría sufrido el desastroso fracaso.

Luis, uno de los muchachos, iba grabando toda la travesía con su celular, haciendo mofas de cintas como “Las brujas de Blair”, mientras que Manuel y Federico hacían ruidos y echaban risotadas de la aventura.

Al llegar a la puerta principal del edificio decidieron acercarse con sigilo sin que los viera algún guardia y al comprobar que la puerta estaba sin llave se aprontaron a entrar. Para su desgracia, las luces no encendían al interior, lo que le añadió un toque de misterio al asunto.

Recorrieron el pasillo central alumbrados por la pantalla del celular, iban abriendo las puertas de los alrededores hasta que llegaron a la sala principal donde se habría dado lugar al suicidio.

La luz anaranjada de la calle se colaba de forma siniestra por las ventanas y el blanco de las paredes creaba una atmósfera abismante. El silencio no ayudaba mucho a escapar del agobio que producía estar en ese total silencio en que los tres se quedaron, enfocando hacia todos lados con detención. Justo en ese momento, Luis tropieza con una de las sillas y el estruendo no tarda en asustar a Manuel y Federico que salen corriendo sin entender por qué.

Solo, Luis se repone y se aproxima para coger su teléfono y salir corriendo, pero en ese instante escuchó como la puerta de la sala se cerró impulsada por una extraña fuerza. Fueron en vano sus intentos por abrirla y golpeaba con desesperación, esperando a que se tratase de una broma de sus compañeros. Al cabo de un momento se abrió y emprendió la carrera por el pasillo pero tuvo que dar vuelta la mirada cuando vio que de una de las oficinas se colaba la luz por debajo. Encendió nuevamente su celular y se aprontó con cuidado para escuchar lo que venía del otro lado. Su curiosidad lo impulsó a abrir impetuosamente la puerta pero no había nadie en la oficina, mas un montón de papeles estaban desparramados sobre el escritorio. Al leerlos, se trataban de algunos apuntes varios sobre procesal y juicio ejecutivo.

Se oye otro estruendo por el pasillo y entonces se apaga la luz de la oficina. Luis se esconde detrás del escritorio y al parecer se trata de pasos de zapatos que retumban en el eco del silencio nocturno. Se dan una vuelta y luego otra hasta que se detienen, entonces Luis intenta asomarse un poco, percatándose de que no había nadie y entonces salió sigilosa pero rápidamente.

A la mañana siguiente, ni Manuel, ni Federico llegaron a dar el examen y Luis esperó hasta muy tarde por ellos afuera de la sala. Todos sus compañeros de clase se retiraron y finalmente los profesores y académicos. En la espera, Luis o había reparado en revisar el video de su móvil, allí fue donde un hielo escalofriante recorrió sus tripas y se alojaron en su agolpado corazón.

En el video aparecía escrito en la pizarra de la sala de clases: “Juicio ejecutivo” y su respectiva explicación. Pregunta que se dice habría sido la que fue causal de la reprobación del alumno suicida. Luego, en la caída del artefacto, se puede ver que se enfoca rápidamente en una de sus vueltas la silueta de un ahorcado y finalmente, para rematar, en la parte del interior de la oficina de los apuntes, se escucha entrecortado en el audio la voz de un joven paseándose por afuera de la oficina, repasando una y otra vez la materia que provocó su reprobación.

sábado, 17 de octubre de 2009

Conectados



Conectados


Sucedió una noche de verano. Telma estaba sola porque su compañera con la que arrendaban el departamento se había ido de vacaciones con su pareja a Brasil por dos semanas. Sería una ardua tortura resistir la vida de ciudad en época estival, donde todos tienen un panorama para disfrutar, menos ella que se queda pegada haciendo zapping en la televisión a ver si encuentra alguna película para ver. Aburrida de su soledad decide probar suerte en internet y entra en una sala de chat bastante concurrida, donde lo conoce a él.

Pasaron varias cosas por la cabeza de Telma mientras hablaba con este desconocido apodado “Killer029”. Sus palabras eran lo suficientemente envolventes para cautivar inmediatamente a Telma, quien al cabo de un par de días ya se encontraba dándole su número de teléfono para concertar una cita, seguramente estaba demasiado en las nubes como para reparar en lo veloz que avanzaba el enlace con un desconocido de quien sólo contemplaba una foto en el avatar virtual de MSN.

La cita fue en un concurrido pero íntimo restaurant de comida exótica del centro capitalino. Él estaba allí con su imponente altura, buena ropa y una fragancia cautivadora que llevaron a Telma, la solterona que llevaba un año sin encontrar pareja después de su último gran amor, a una órbita que giraba en torno solamente hacia él. Fue una cena de ensueño, en la que su galante caballero coqueteó y le tomó de la mano. Al irla a dejar hasta su departamento casi le roba un beso, que se lo dio rozándole el labio por el lado.

A la mañana siguiente amaneció en la puerta del departamento de la cibernauta un hermoso ramo de rosas rojas y una tarjeta: “Espero la hallas pasado tan bien como yo, te veo más tarde”. La suculenta tentación que despedía esa frase resultaba magnética e irresistible. Telma se alistó con su mejor tenida para acudir a su trabajo en la tienda y a las seis cuando cerró estaba él esperándola. ¿Cómo supo dónde trabajaba? Fue fácil, pues ella lo mencionó en la conversación de la noche anterior y él con su memoria de elefante se dedicó a buscar por planos.cl la dirección exacta. La llevó a un paseo romántico por el parque y luego a ver las luces de la capital desde un mirador. La sensualidad de la noche le permitieron a “Killer029” a ganar proxémica y acabaron besándose. Más tarde, cuando la fue a dejar nuevamente fue una despedida con mucha piel pero esta vez un poco más estrecha que la anterior.

Al día siguiente, Telma asumió que debía quedarse en casa para recibir a su amiga que llegaba del viaje, mas la insistencia con la que su amante virtual le pidiera que el encuentro tenía que ser hoy porque él ya había preparado la sorpresa hicieron que Telma abandonase a su amiga y una tarde recreativa juntas viendo las fotos para acudir donde su manipuladora pareja.

Él había rentado un cuarto en el motel más caro de la ciudad y le había decorado con pétalos de rosas. Además pidió servicio a la habitación, con champagne y una tabla de quesos muy finos. El ambiente era cálido y lujurioso, lleno de complicidad que si viene cierto era demasiado prematura como para originarse. Telma estaba algo recelosa pero los encantos de su acosador y la presión de este por tener intimidad hicieron que ella cayera fácilmente, aún cuando le pidió que no siguiera con las caricias tan íntimas aún. Esa tarde, por insistencia de él acabaron enredándose en las delicadas sábanas de aquel cuarto, del que si viene cierto, nuestra protagonista salió con una sonrisa de oreja a oreja, no dejaba de pensar que quizás era demasiado rápida la relación.

Pese a los reclamos de su amiga por dejarle sola, Telma estaba soñando con “Killer”. Sentía que él la comprendía y la hacía sentir viva nuevamente, que se preocupaba de ella con detalles íntimos desde el principio y sentía una misteriosa y rápida complicidad con él que no podía explicársela pero que la hacía sentir agasajada. Ese día quiso reivindicarse con su amiga pero recibió un sobre por debajo de la puerta, era una invitación de él para que pasaran el fin de semana juntos en un spa a las afueras de la ciudad. Sin pensarlo, Telma empacó y partió con él.

Fueron unos días maravillosos donde ella se sentía tan querida y deseada. Sin embargo, cuando la fue a dejar a su casa después del viaje de regreso, llegó la oferta del señor. “Killer” le ofreció a Telma un compromiso formal pero que debía irse a vivir con él lo más pronto posible. Telma rechazó la propuesta debido a lo intempestiva que le pareció y entonces la mirada de aquel noble caballero se convirtió en fuego y azufre.

Durante los días siguientes, Telma creyó que la relación tendría freno por la frustración pero en realidad su amor virtual se empecinó en empapelarla con peticiones y ruegos. Telma se molestó con él y discutieron a causa de lo asfixiante que esto se tornaba, entonces él intentó forcejearla en la calle, justo afuera del edificio en que Telma vivía. Su amiga y pareja de ella acudieron en su rescate cuando regresaban del supermercado y “Killer” se dio a la fuga refunfuñando.

En el departamento, Telma fue convencida de que era mejor alejarse de ese hombre debido a su extraño comportamiento y afán por llevársela a vivir con él. Ella estuvo evitándolo durante los próximos días y por teléfono puso final a la relación, aunque él se esforzaba por sonar apenado y bastante ofendido por el trato que estaba recibiendo, finalmente lanzó una frase escalofriante: “Te vas a arrepentir, ya verás, llegarás rogándome que te ofrezca mi techo”.

Pasaron los días y Telma estaba bastante preocupada por el tenor de las últimas palabras de su enamorado pero intentó ser fuerte y olvidarlo. Como no llamó más, decidió a los meses retomar su vida amorosa y empezó a verse con un compañero de trabajo. Salían a cenar y a bailar pero siempre como amigos, jamás recibió Telma insinuaciones tan directas como las de su anterior relación, lo que la hizo sentirse cómoda y no presionada, sin embargo, no reparó en que alguien la observaba desde las sombras y atizado por las brasas de la venganza, decidió colarse una noche en que el departamento de Telma estaba vacío y apilando todas las cosas de ella en el centro del living, las roció con gasolina y las hizo arder, consumiéndose por completo.

Las llamas alcanzaron cierta parte del departamento pero la oportuna acción de bomberos impidió que se extendiera hacia otros inmuebles. Telma estaba desconcertada cuando llegó con su acompañante pero lo peor fue cuando su amiga la llamó para ver lo que habían encontrado entre las cenizas. Era un ramo de rosas rojas con una tarjeta y una cajita que en su interior guardaba una llave con una cadena: “Te lo dije, tarde o temprano llegarás hasta mí pidiéndome un techo. Ahora estás encadenada a mí”.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Amor fantasma





Hola:

Aprovechando que el 31 de Octubre se celebra la comercial noche de brujas, traeré durante estas semanas antecesoras una selección de cuentos con tenor fantasmal. Espero que os gusten.

Rodrigo Bueno.


Amor fantasma

Parecía que antiguamente este lugar habría convocado a más de cien almas de todas partes de lo ancho y largo de la pampa. El antiguo teatro de la ex oficina salitrera seguía en pie como si los años no hubiesen transcurrido nunca desde la partida de sus habitantes. Colgaban aún de las paredes docenas de carteles de las obras y actores que se habían presentado en esa joya de proscenio, las butacas, cubiertas de una típica capa de polvo estaban intactas y los telones de color marrón caían con la misma altivez de siempre.

Nicanor, el guardia nuevo se había quedado petrificado en cuanto escuchaba retumbar el eco de su colega, el cual llevaba bastantes años de experiencia cuidando el patrimonio de la humanidad que era la ex oficina, por lo que su discurso sobre cómo hacer las cosas tenía un dejo de coerción.

- Tú harás las rondas por la noche, ya que el frío pampino me cala demasiado en los huesos -. Fue lo último que se escuchó y que rompió la nube de asombro que mostraba el novato ante la altitud del teatro. Asintió tímidamente mientras que el veterano se retiraba satisfecho.

Nicanor había sido siempre aficionado a la lectura, por lo que estar frente a tal recinto rico en historia le resultaba bastante interesante, recorrió el escenario mientras contemplaba con el mismo asombro de hace un instante y se retiro lentamente poniendo atención al eco de sus pisadas en el vacío, entonces fue la primera vez que lo oyó, un ruido de tacones estremeció el ambiente e hicieron que el joven se pusiera en alerta, mirando hacia todos lados y llamando por si había sido algún turista perdido. No recibió respuesta. Como dejó de oírlo se retiró sin pensarlo dos veces, creyendo que había sido producto de sus abstracciones.

Llegó la medianoche y Nicanor tuvo que hacer su ronda nocturna. Salió con la potente linterna y su casaca abrochada hasta el pescuezo. El frío atravesaba como cuchillas la ropa y se alojaba en los huesos con su manto maquinal, a punto que la niebla impedía ver con claridad. Nicanor no reparó en ninguna extrañeza mientras recorría las calles vacías de la desolada oficina. Los rincones eran sombríos pero quedaban desnudos ante el inagotable rayo de luz por lo que no cabía duda de que no había ser humano a varios kilómetros a la redonda. Todo tranquilo hasta que se detuvo a las puertas del teatro donde impulsado por una inquietante curiosidad decidió acercarse hasta la puerta, entonces volvió a escuchar cosas, esta vez lo que parecía la voz de una mujer pidiendo ayuda con un sonido tan suave y tan melodioso que desentonaba con el tosco paisaje de alrededor. Comenzó a sentir un escalofrío inmenso por todo el cuerpo, mientras apresuradamente buscaba las llaves de la puerta, cuando la encontró, abrió raudamente el portal esperando rescatar a la doncella en peligro, mas no había nadie al interior del recinto.

Regresó hasta la entrada donde permanecía guarecido su veterano compañero, estaba pálido pero evadió los comentarios de su compañero. Luego de palpar su taza caliente de café le preguntó si alguna vez había visto cosas extrañas por el lugar. El viejo se echó a reír dando por sentado que las anormalidades andaban a la orden del día en este lugar. Nicanor intentó evadir el miedo que eso le causaba con un poco de lectura, no obstante a las tres de la madrugada era nuevamente turno de echar una ronda.

Hizo el mismo recorrido de forma normal, con bastante frío pero nada lo inquietaba más que volver a pasearse por las afueras del teatro, se puso a intentar escuchar detrás de la puerta pero ahora no sintió nada fuera de lo común por lo que volvió con cierta frustración.

A la noche siguiente continuó con sus rondas empecinado en volver a oír a la mujer del teatro pero siempre volvía sin novedad, aún cuando a ratos disipaba su curiosidad con lectura, el tema lo perseguía, pensaba en lo aterrador que resultaba pero deseaba volver a vivir el taconeo de sus zapatos o los gemidos de socorro. Pasaron meses sin que volviera a escuchar nada y pronto se olvidó del tema, su trabajo se volvía monótono hasta que una buena noche, en la ronda de las tres se volvió a acordar del asunto mientras fumaba un cigarrillo y se detenía a las puertas del teatro. Fue allí cuando en la esclarecida noche de luna llena, abrazada por un silencio sepulcral, le pareció oír a la mujer hablando. Sonaba como un monólogo pero no podía entender bien lo que decía. Escuchó por detrás de la puerta de entrada con gran asombro, entonces su obsesión recobró la vida, abrió la puerta para entrar con el corazón latiendo a mil por hora pero nuevamente no encontró a nadie. Su desilusión fue tal, como si se tratase de un amor que te deja plantado en el altar, regresó con pesadez a su lectura y su café habitual. En sus descansos llegaba a soñar con esa mujer, inclusive le intentaba inventar una corporalidad que sólo existía en su mente, deseaba con todo su corazón poder verla algún día, aunque su veterano colega le dijera siempre que sólo se trataba de un ruido más como los de siempre en la pampa, Nicanor parecía embriagado del deseo de encontrarse con ella cara a cara.

Iba y venía más veces de las que realmente tenía que rondar la oficina pero no le volvía a dar señales esa mujer fantasma. Se ausentó un mes que se le hizo eterno a causa de una grave lesión en su espalda. Todas las noches soñaba con abrir las puertas de ese teatro y encontrarse allí a su musa en el proscenio, montando el papel principal de una fantasmagórica historia de amor. Volvió al trabajo de su licencia médica con la ilusión de volver a sentir su presencia, iba inclusive de día y se sentaba en las butacas del teatro pero no pasaba nada. Se subía al escenario, ensayaba argumentos de obras que ya había leído en sus ratos libres, esperando encontrarse allí a su coprotagonista.

“Romeo y Julieta” era el último libro que había captado su atención, sentía que su amor imposible era como el que exponía Shakespeare entre un espectro y un mortal. Ya no hacía la ronda entera, se sentaba en las butacas por la noche, bajo el manto de la oscuridad para contemplar en el escenario el posible desenlace de una obra que jamás se llegaría a interpretar.

viernes, 9 de octubre de 2009

Doncella de hierro


A veces hay cosas en la vida que te marcan y crean barreras dentro de uno que al final sólo resultan ser un mecanismo de defensa ante el miedo de caer en esa misma desesperación otra vez. Para todos aquellos que les identifique esto, les dedico este cuento:


“Doncella de hierro”


Sara era una niña muy pequeña cuando comenzaron los problemas en el matrimonio de sus jóvenes padres. Ambos se habían tenido que casar obligados y prematuramente por el embarazo no deseado de su madre y por ende fueron obligados a dejar sus vidas de instituto para empezar, él a trabajar y ella a atender a la pequeña en camino.

Papá comenzó con empleos de poca paga y de medio tiempo en servicentros y luego en el cine. Consiguió ir ascendiendo y mientras tanto se dedicaba a estudiar una carrera técnica de corto plazo. Tenía ya el dinero suficiente y pudieron rentar un mejor departamento para vivir con la nueva integrante. Mamá en cambio había recibido el chaparrón de años encima a su corta edad. El estrés de hacerse cargo de una vida sin siquiera tener completamente resuelta la suya la agobió a tal punto que sufría de crisis de pánico y una depresión por culpa de lo frustrante que resultaba el hecho de que se troncasen todas sus expectativas de vida. Soñaba con una boda de princesas, un vestido blanco vaporoso y una catedral repleta de amigos y familiares. Una fiesta en el club de yates y un marido cuya profesión le permitiera vivir llena de lujos y comodidades. Quizás algún día escribir alguna novela o un compilado con sus cuentos que solía redactar de vez en cuando estaba aún en la media. En lugar de todo eso tenía al rebelde amor de juventud con el cual por culpa de una calentura y voladas de carrete había terminado acostándose sin siquiera tener una relación amorosa formal.

Ambos padres miraban a la pequeña Sara dormir en su cuna con una felicidad tintada de amargura y con la duda de saber cómo habría sido todo de no haber nacido ella. La pareja se miraba también con ciertos reparos, no había pasión ni mucho menos amor entre ellos, eran una familia a la fuerza y pronto el peso de las frustraciones de ambos se dejaría caer en sus constantes discusiones.

Era un ciclo sin fin, peleas, llantos, idas de casa y luego retornos para seguir intentándolo por la pequeña. Sara fue creciendo con las palabras cruzadas de sus padres detrás de la puerta y su personalidad se forjó amarga, seria e introvertida. A los cinco años parecía una verdadera señora por cómo pensaba y veía el mundo. Entró a la educación primaria y cuando pedían que dibujara a su familia sólo se dibujaba así misma porque encontraba que no podía confiar en nada más en el mundo que en su propia capacidad y sus propios ideales.

De adolescente, ya sus padres estaban más desgastados y acabaron separándose, ella se quedó a vivir con su madre. No obstante, los pensamientos de Sara sobre la vida jamás cedieron. Nunca tuvo pololo y jamás sintió atracción por ningún muchacho de su curso, era ruda y tampoco tenía amigos ni amigas, solitaria y rebelde pero muy inteligente, era la mejor de su clase aunque no cumpliera con el arquetipo de “buena niña”.

Un día, de camino al colegio, ya estando en cuarto medio, Sara tuvo la mala suerte en una esquina de ser víctima de un motociclista que iba a toda prisa y olvidó frenar en el semáforo. A punto de ser arrollada, fue salvada por un compañero de su clase que la empujó desde atrás fugazmente. El muchacho siempre había intentado acercarse a ella, mas nunca fue correspondido ni capaz de derribar las barreras de la amarga muchachita sino hasta ese día que las sonrisas de gratitud y el brillo inocente de los ojos de Sara dejaron entre ver tras su socorro.

El difícil coqueteo entre ambos era rechazado por la racionalidad de ella, no obstante, el corazón siempre tiene razones que la misma razón desconoce y sin entender por qué, se sentía irremediablemente atraída por alguien más que no fuera ella misma. Fue difícil eso sí porque a pesar de los galantes cortejos del muchacho eran embestidos brutalmente por las negativas de Sara.

Desde las invitaciones para salir fuera de clases hasta las ofertas para trabajar juntos en el colegio parecían ser demasiado comprometedoras para ella y le recordaban a cada segundo los episodios vividos en la infancia con las peleas de sus padres, más aún que la edad en que había sido concebida era justamente a los 17 años de su madre. Pensaba en lo horrible que parecía esa relación pero a la vez lo antagónico que parecía su interior al soñar despierta con aquel muchacho heroico que la rescataba de ser atropellada.

Llegó el fin de curso y el día de la licenciatura recibió en su casa un ramo de flores con una tarjeta firmada por él, aún así nunca le respondió y aunque ella eligiera irse a estudiar fuera de Santiago, siempre se mantuvo firme en creer que posiblemente ese joven fuera la única excepción a su regla de jamás enamorarse para vivir el mismo infierno que los mayores.


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Mis agradecimientos especiales a la canción que ha servido de guía para su elaboración, "The only exception" de la banda norteamericana Paramore.

viernes, 2 de octubre de 2009

Suegra hay una sola

Hola: Les traigo este nuevo cuento inspirado por una clase de Derecho Penal jeje, espero les guste.




Suegra hay una sola


Roberto Rivarola era un hombre delgaducho, flaco, torpe, despistado e incapaz de matar a una mosca ni aunque estuviera de vacaciones en su prematura calva. Trabajaba en una oficina donde su jefe era un déspota pero no podía renunciar puesto a que se había casado hace poco con Patricia y tenían que pagar las deudas del matrimonio. Él siempre intentaba complacer a su mujer, la única en toda su vida que era capaz de soportar sus manías y su hipocondría.

Un buen día como todos los otros, acomplejados por la proximidad de fin de mes, decidieron que era hora de que Patricia consiguiera un empleo porque el salario de su marido no daba para pagarlo todo. Jaime, ante el descontento que le producía que su mujer pasara por aquel martirio se negó. El tema siguió saliendo una y otra vez a cada momento hasta que por fin el mal afortunado Jaime encontró una solución.

Resulta que su suegra, la madre de Patricia había quedado viuda hace muy poco y recibía una excelente pensión por el difunto. Convenció a la veterana entonces que se viniera a vivir con ellos a su reducido departamento para así hacer usufructo del dinero de su pensión y evitar que Patricia entrara a trabajar. Patricia aceptó de inmediato la idea de su marido porque nada la hacía más feliz que tener a su madre en casa para que le hiciera compañía.

Todo marchaba excelente hasta que comenzaron los primeros roces con la quisquillosa suegra. Primero fueron los dramas por el reducido espacio y la ausencia de intimidad marital; en segundo lugar, la vieja se quejaba todo el día de las pellejerías de ajustar los gastos y en último lugar, los comentarios avinagrados durante las horas de comida en donde aprovechaba para criticar el matrimonio de su hija. Jaime estaba al borde de una crisis nerviosa, más todavía porque su personalidad exagerada le hacía soportar menos niveles de estrés y prontamente se convirtió en un treintón calvo y neurótico. Contrajo vicios como el cigarrillo y el café, se quedaba hasta tarde en el sofá viendo televisión y tenía mala cara siempre. Prefería sin embargo no discutir con la insoportable suegra a la cual no veía cómo deshacerse de ella: “¡Vamos Jaime! Ya le pediste que viviera con nosotros, no puedes echarla ahora”, decía Patricia.

Una noche decidió que ya no soportaría más, sus nervios colapsaron por las quejas de la vieja sobre su calvicie prematura. Apagó la televisión a eso de las tres y poseído por la rabia se dirigió hasta el cuarto donde estaba la vieja y con un cuchillo de cocina en mano se acercó sigilosamente hasta la cabecera. La mujer dormía apaciblemente, como si fuera una bestia salvaje dominada por Morfeo, ni siquiera roncaba o se movía, era tan pacífica que el arrepentimiento no tardó en venir, salió de la pieza y fue por un vaso de agua. Jaime siguió intentando ignorar los malos pensamientos pero la suegra no se lo facilitaba, era una tras otras hasta que quiso apoderare de su sitio en la cama matrimonial porque el colchón de la suya le hacía doler la espalda. Lo peor fue que Patricia la apoyó incondicionalmente sin preguntarle a su marido, entonces los deseos enfermizos del histérico Jaime afloraron nuevamente, pescó unas tabletitas de ácido bórico y las puso en la taza de té de hierbas que la vieja se llevaba al velador, luego de eso se fue a dormir a la pieza en la que dormía.

Cuando asomó el día, se despertó espantado por los gritos de Patricia, ahí recién se percató del crimen que había cometido, la vieja amaneció muerta al lado de Patricia, con la taza de té fría servida en su velador. Jaime recobró el juicio y se sintió culpable mas no dijo nada al respecto. Mientras su mujer acudió en ambulancia hasta el hospital con su difunta madre, Jaime seguía pensando en el trabajo lo que había sido capaz de realizar, la culpa lo invadió de forma tan agobiante que llegaba a ver al fantasma de su suegra persiguiéndolo por las calles. Llegó volando a su departamento pero su mujer no estaba ahí, debía confesarle la maldad que había cometido. Cogió el primer taxi que pilló y se dirigió al hospital.

Cuando se encontró con Patricia estaba pálido y desesperado, Patricia en cambio, con lágrimas y resignación había asumido la muerte de su madre. Jaime tartamudeaba y balbuceaba que lo que tenía que decirle tenía que ver con la muerte de su madre, Patricia abrió sus ojos muy gigantes y le pidió que se calmara para que luego hablase: “Yo… yo, yo fui el que…” alcanzó a decir hasta cuando apareció el doctor, interrumpiendo la cómica confesión: “Doña Patricia, su madre descansa en paz ahora, ha muerto en el sueño debido a un infarto ¿ella nunca quiso tratarse los problemas cardíacos que tenía?”. Jaime quedó helado ante el crimen que jamás alcanzó a cometer, puesto a que por la ausencia de sustancias venenosas en los exámenes permitían inferir que se había dormido sin siquiera probar la taza de té contaminada.