domingo, 26 de abril de 2009

Color de rosa


“COLOR DE ROSA”


Andrea no tardó en precipitarse hasta la cornisa de la azotea. El edificio donde vivía tenía unos diez pisos, lo suficientemente alto como para darle fin a aquella agonía tormentosa en la que estaba sumida su existencia.

Hasta hace unos meses, Andrea era una muchacha completamente normal, de hecho, todos le envidiaban en la universidad por su buen desempeño, su bella silueta y su desplante tan angelical. Tenía todo lo que una joven de veinte años podría querer. Tenía un buen hombre a su lado, un cabro sin vicios, estudioso, de buena presencia y que la hacía soñar con casarse en cuanto ella terminase sus estudios. Él ya era egresado y jamás sus ojos se posaron en otra fémina que no fuera la misma Andrea.

Sus padres la visitaban cada vez que podían. Como trabajaban en buenos negocios, no les costaba arrendarle un buen departamento a su hija, con todas las comodidades y lujos que se pueda esperar. Céntrico, la universidad no le quedaba lejos, tenía restaurantes por el sector y a pasos del tren subterráneo, llegaba pronto a cualquier sitio donde pudiera relajarse. Nunca tuvo ninguna discusión con sus padres, ambos de edad algo avanzada, carecían de enfermedades o de achaques, tampoco le cargaban a ella drama alguno, al contrario, sus distinciones eran mérito de gozo y celebración. Cuando volvía a casa para sus vacaciones, la recibían todos con gran algarabía. Era la princesa del lugar, los muchachos se daban vuelta al mirarla y se turnaban para invitarle a salir, mas ella sólo se dedicaba a vivir la naturaleza que en la ciudad no se podía obtener y de vez en cuando visitaba a alguna amiga o familiar cercano.

Andrea, hija única, recibió siempre la mejor educación. Desde monjas hasta grandes eminencias educativas privadas. Logró distinción en cada uno de los cursos que aprobó. También desarrolló inquietudes artísticas en violín y en la universidad asistía a teatro y danza, siendo siempre solista y bailarina líder.

Como su personalidad era afable y carecía de soberbia, no poseía enemigos, más bien, aquellas que podían verle con cierto recelo, terminaban haciéndose amigas de ella para recibir sus consejos. Andrea sólo se limitaba a reír, no dudaba en socorrer a quien se lo pidiese.

Una vida perfecta hasta el último día, donde todo se volcó en una marea tormentosa, los relámpagos estallaron en todo lo ancho de su corazón inmenso, convirtiéndolo en tierra baldía y estéril.

Comenzó a faltar a sus clases, primero una vez por semana, luego dos, hasta que pasaban semanas enteras en que no se aparecía. No llegaba a los trabajos grupales ni a las pruebas, sus calificaciones bajaron enormemente y cayó del pedestal en que todo el mundo la había consagrado desde sus inicios. Empezó a perder peso, no comía bocado alguno desde el desayuno hasta la cena. Su piel perdió su brillo y sus ojos se tornaron opacos, ya nadie notaba que ella estuviese ahí. Sus cabellos pasaron de ser doradas espigas a un montón de paja amontonada. Nadie se explicaba la horrenda metamorfosis.

Su chispa era ahora un vano espejismo. Rara vez hablaba con alguien, inclusive sus amistades más cercanas perdieron contacto. Se especulaba que atravesaba por alguna enfermedad o una crisis nerviosa, pero carecía de sustento ante la buena salud que siempre la acompañó. Llegaron entonces a pensar en que había roto con su pololo, pero una vez le vieron salir del edificio cuando sus compañeros iban a visitarle. Entonces ¿por qué Andrea se derrumbó así?
Volviendo a su presente, Andrea respiraba el aire helado de la altura, luego echaba un ojo hacia abajo, donde varias personas se amontonaron desde la acera para ver lo que ocurría. Su mirada estaba vacía, permanecía quieta, inerte, su cuerpo habría de caer con la ligereza de una hoja en otoño.

El flash back de su vida se fijó en un día exacto, antes de que todos notasen su violento ocaso. Era una mañana de domingo tan perfecta, tan soleada, con aves cantando en el techo del edificio. Andrea se levantaba luego de haber pasado la noche con su amado, caminó hasta el living, donde estaba la chaqueta de él, la cogió y cuando se encontraba embriagada en el aroma del perfume varonil de su hombre, cayó el celular de éste desde el bolsillo. Lo tomó rápidamente creyendo haberle roto y cuando miró en su pantalla, no pudo evitar contener la curiosidad de leer el mensaje de texto que había en la casilla.

Al lunes siguiente comenzó el paulatino desmoronamiento de la pobre Andrea. Toda una vida de perfección y armonía vital comenzaba a perder sustento. Fue tan fuerte el golpe que su mente frágil no contuvo el golpe eléctrico de la verdad. Habían sido dos años de intenso romance que en una mañana se convirtieron en un pasaje oscuro, el adelanto del epitafio de la que sería su tumba.

La luz y la sirena del carro de bomberos le hicieron recobrar su consciencia. Miraba nuevamente hacia abajo desde la cornisa y el equipo de rescate le imploraba que se alejase del borde. Andrea seguía enraizada a ese lugar.

Dos de sus amigas estaban abajo, le gritaban desde la calle y hacían señas con las manos pero para Andrea eran como dos luces en la niebla. Ella al interior suyo se mantenía impenetrable, sólo podía escuchar su corazón que se aceleraba cada vez más. De pronto lo vio entre las personas que atestiguaban desde abajo y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Aquella mañana no dijo ninguna palabra, es más, pretendió no haber visto nunca el mensaje. Fue a la cocina y le preparó el desayuno a la cama como siempre lo hacía cuando él se quedaba a dormir junto a ella. Después se siguieron viendo con la misma frecuencia, pero Andrea jamás le advertía razón alguna de sus repentinos cambios, tanto biológicos como sociales. Él pensaba que quizás alguno de sus padres estaría enfermo, pero ella lo negaba constantemente: “estoy bien, no te preocupes más por mí” eran todas las palabras que atinaba a decir.

El muchacho no se pudo quedar mirando por mucho tiempo desde su auto, apenas vio hacia arriba que la persona que estaba a punto de arrojarse de la azotea era su prometida, salió del auto y subió por el ascensor a toda prisa. Cuando estuvo frente a ella, Andrea le miró fijo a los ojos: “¿es él, cierto?”, señalando hacia alguien de quien nadie advirtió su presencia dentro del cuadro. El acompañante de su amado al interior del auto se bajó mirando con sorpresa el alboroto. “Así es”, dijo él, “pensaba decírtelo, pero ni siquiera yo sabía cómo hacerlo, incluso para mí era algo increíble”.

- “¿Hace cuánto que le conoces?”.
- “Sólo un par de semanas, ahí fue cuando todo empezó”.
- “Perfecto, así ya no me siento como una estúpida”.
- “No lo hagas Andrea, no es la solución”.

Andrea había perdido todo cariño a su existencia, todo en sus días no había sido más que perfección, pero ahora su rectitud se había torcido y empapado de una mancha imborrable de tinta. Finalmente, la chica se lanzó con la misma tranquilidad de sus palabras. Murió al instante cuando estuvo en el suelo, fue imposible disponer de algún método para evitarlo. Andrea se extinguió tan dramáticamente como ameritaba la teleserie de su vida, nació y creció como un prodigio y se durmió como la inocente muchacha engañada por un hombre a quien no le parecía perfecto permanecer al lado de una mujer, como siempre ella habría imaginado que sería el orden natural perfecto del cauce de la vida.

domingo, 19 de abril de 2009

La ventana del frente


"La ventana del frente"


Mario nunca fue un muchacho correcto en las cosas que hacía. Se dedicaba a vagar, a vivir en su mundo de diversión, sorteando la realidad, evadiendo las responsabilidades y huyendo de todo aquello que le significara esfuerzo. Así nunca consiguió terminar ninguna carrera; tampoco aprendió ningún oficio y finalmente, jamás ha conservado un empleo por más de tres meses. Es todo un gozador.

Su padre, aburrido de mantenerlo, decidió desafiarlo a que viviera su propia vida, lo echó de casa y así fue como Mario llegó a arrendar un pequeño cuartucho de mala muerte en el centro de la ciudad. Su ventana daba la vista hacia la calle y sobre todo al edificio del frente. El espacio no era mucho, por lo cual no tardó en convertirlo en un chiquero. Botellas de cerveza, latas vacías, colillas de cigarro y ropa sucia tirada por doquier, eran todo lo que uno podía aspirar encontrar en la inmundicia en que vivía.

Un día, Mario llegaba de un carrete, alrededor de las 4 de la madrugada. Mareado y algo dopado por el pito de marihuana que había consumido, lo hicieron llegar a duras penas hasta su pieza en el piso cuarto. Casi se cae cuando se intentaba quitar los zapatos y al apoyarse en la pared, quedó mirando hacia la ventana del edificio del frente, el único que mantenía encendida una luz a esas horas de la noche.

Lo que Mario vio en ese momento no lo podía creer. Fue tan impresionante que el efecto de la curadera y del alucinógeno desapareció casi en su plenitud. Era un tipo, aparentemente de unos 40 años de edad, fornido, alto y rapado. Le propinó una golpiza al otro tipo que estaba allí para finalmente estrangularlo con sus manos. Luego, como si fuera poco, ató su cuello de una soga a una viga del techo para que pareciese que él mismo se había suicidado. Mario palideció y cuando vio que el asesino se disponía a correr las cortinas de la ventana por la que él estaba espiando, se escondió rápidamente. No pudo conciliar el sueño pensando en por qué le habrían dado muerte al señor de aquel departamento.

A la mañana siguiente la noticia fue voladera por todo el barrio. Todos hablaban del supuesto suicidio del señor López, un hombre tranquilo, sin vicios que vivía solo en ese lugar, recuperándose de un supuesto alcoholismo. Mario no quiso comentar nada ante el rumoreo total que se veía, prefirió guardar silencio y sólo lo comentó con sus amigos, quienes obviamente en su poca seriedad lo trataron de loco y de haber fumado demasiada hierba.

Pasaron las semanas y Mario consiguió un trabajo como junior en una empresa cerca de donde estaba viviendo. Un buen día terminó bastante tarde y decidió pasarse a la botillería que estaba en la esquina para comprar una cerveza. Al volver a casa vio estacionarse y bajar de un auto al mismo tipo que vio aquella noche en que murió el señor López. Prontamente, subió hasta su cuarto y se colocó a espiar sigilosamente desde su ventana. El hombre en tanto, había entrado al mismo edificio pero esta vez, Mario presenció algo más macabro desde la ventana contigua a la del hombre dado muerto. El supuesto asesino habría salido del edificio con algo contundente envuelto en bolsas plásticas de basura. Todo indicaba que se trataría de un cadáver. Otra vez se pasó la noche en vela, sofocado por las tribulaciones terribles de haber sido el único testigo, primero de un homicidio y luego de la desaparición de una persona. Al otro día se supo todo, el hombre que vivía al lado del señor López, el señor Jiménez, jugador empedernido, habría apostado hasta el titulo de su casa, estaba a punto de que le embargasen, todos en el barrio comentaban que se había supuestamente fugado sin previo aviso, dejando sola a su mujer, quien trabajaba de turno nocturno como enfermera y sólo se enteró de la desaparición sin rastro hasta esas horas de la mañana.

Ahora sí que a Mario le cargaba una culpa horrible, era entendible dentro de su poco prolija alma que el primer incidente lo pasara por alto, pero ahora esto, una segunda víctima y más encima lo habían hecho desaparecer, tenía que hacer algo.

Un mes después, cuando todas las cosas parecían en calma, Mario había conseguido ascender a la planta de la empresa en que trabajaba. El temor de encontrarse con problemas durante la noche hacía que ya no saliese de parranda y adquiriera ahora hábitos mejores. Como pasaba más tiempo encerrado por el miedo, ordenó su cuarto y sólo salía para ir a trabajar, volviendo muy temprano, apenas salía. Cierta noche, regresaba a su morada cuando observó el auto del mismo asesino estacionado a la puerta del edificio donde él vivía. Subió, evitando hacer alboroto y se encerró en su pieza con la oreja pegada a la puerta. Se oía una suave discusión desde la habitación del lado. Peleaban por una deuda pendiente, para la cual ya se había acabado el plazo final y entonces tendría el endeudado que sufrir las “consecuencias”. Mario se petrificó completamente e intentando calmarse abrió la ventana de su cuarto. Observó a los pocos minutos que el mismo hombre rapado y gigante salía con el vecino suyo del brazo, lo subió al auto donde había otros dos tipos más. Cuando el líder lo puso en el asiento trasero con los otros escoltas, miró hacia el edificio, Mario agachó velozmente su cabeza.

Como era de costumbre, el día siguiente estuvo cargado de cuchicheos por la discusión de la noche anterior. Pasaron los días y el vecino de esa pieza no volvió a ser visto, había desaparecido y la señora dueña de casa hizo sacar sus cosas para poner en arriendo la pieza nuevamente, habían pasado otros dos meses más sin novedad por el barrio.

Mario siguió trabajando en la misma empresa, estuvo asistiendo a unas capacitaciones y sacó adelante una mención como técnico en computación. Ahora sí pudo ahorrar una buena cantidad de dinero, que, recién pagado, disponía a utilizar en buscar otro lugar más cómodo para vivir. Subió a sus aposentos como todas las noches después del trabajo y se acostó a dormir.

A la mañana siguiente todos comentaban en el barrio. El joven Mario se habría ahorcado con las sábanas de su cama. El cuerpo estaba colgado desde una viga del techo, con la expresión de sus ojos muertos apuntando justo al departamento del frente, donde el señor López habría muerto exactamente en las mismas circunstancias.

domingo, 12 de abril de 2009

Un Accidente Maravilloso


"Un accidente maravilloso"


Era una carretera tan perdida, tan sola, empapada en melancolía y en desvelo por la luz de la luna llena. Los dos viajeros se entregaron en la oscuridad de la pampa buscando quien pudiera llevarlos de regreso a la ciudad. La nave en que viajaban se había averiado por completo y su única esperanza era que volviera a transitar por allí algún alma caritativa que les facilitara el transporte.

Gastón miraba hacia la luna, el astro estaba en toda su plenitud y él, como tenía apenas 10 años, nunca había podido apreciar la vía láctea de forma tan natural como esa noche, esto porque en la gran ciudad no existe forma alguna de darse estos lujos que, siendo naturales, terminaron siendo suntuosos para los pocos que se atreven a vacacionar en el siglo XXVI.

Por otro lado, el padre de Gastón seguía pateando su aeronave. Era imposible que le reparase ahora sin la luminosidad suficiente, así que terminó por rendirse y volver atrás, al último pueblo en el que habían pernoctado. Sacó un par de mantas del asiento trasero y dejando el vehículo bien cerrado, emprendieron la peregrinación por el desierto.

“Jamás pensé que el cielo fuera tan hermoso, papá” decía Gastón con los ojos iluminados. “Desde luego que sí, aunque te diré que la última tecnología de realidad virtual no tiene nada que envidiarle a la madre naturaleza”, le contestó amargamente su padre.

A Gastón poco le importaban los adelantos de su época, ni los viajes de campo a la superficie de Marte. Todo lo que él quería era poder contemplar su propio planeta, sentado en una roca tal como lo hacían sus antepasados del siglo XXI. De pronto se detuvo perplejo, casi tiritaba y faltaba muy poco para que escapara una lágrima de sus ojos, vio por fin en vivo y en directo una estrella fugaz trazando su línea por todo el horizonte hasta perderse en el último cerro de la cordillera. Su felicidad era desbordante, parecía un loco. Su padre en tanto estaba asustado, pensaba en que su hijo había enfermado o bien, estaba tupido por el frío. Cuando por fin Gastón pudo proferir palabras, acotó: “Antes, la cultura tendía a divinizar las estrellas fugaces. Decían que era una especie de designio de buena fortuna. Pediré un deseo al igual que como lo hacían los antepasados”. Su padre echó a reír y tomándolo de la mano le persistió en continuar caminando con prisa.

Más adelante se lograban divisar unos pequeños arbustos secos y unas piedras coloradas. El niño se volvió a quedar atónito. “Papá ¿cómo se mantienen con vida estas plantas?”. El adulto balbuceó con inseguridad: “creo que la humedad de la noche les da agua. Ahora vamos que si se nos hace más tarde no encontraremos ningún vuelo a casa”. El pequeño atinó a llevarse una piedrecita pequeña de color blanco. La puso en el bolsillo de su chaqueta.

La noche avanzaba en su negra penuria. Por suerte había luna, pero la luz no duraría por mucho tiempo. Gastón fue el primero en divisar adelante del camino una densa capa de niebla. Esta última estaba tan espesa que el padre tuvo que llevar de la mano a su hijo para evitar perderle. No veía nada más allá de su propia nariz. “Maldita nave” repetía una y mil veces, temblando de frío, desvalido. “Maldita nave, maldita nave”. Volvía a gruñir.

Para Gastón en cambio, las campanadas de su interior alababan el infortunio que detuvo su rápido y ligero viaje. Padre e hijo habían salido ese fin de semana porque el progenitor de Gastón debió llevar de urgencia unas maquinarias a la planta de lanzamientos que transporta la carga a la sucursal de Marte de la prestigiosa siderúrgica Orión III, lugar emplazado en la pre cordillera, tras un desértico ascenso. Todo en esa travesía no habían sido más que discursos sobre lo útil del acero en la minería de Marte, en lo rápido que el nuevo planeta se estaba convirtiendo en un hormiguero humano, completamente cubierto de cables, de tubos, de pantallas líquidas y de motores a explosión. Todo en ese fin de semana carecía de valor espiritual, de esencia, de naturaleza, de humanidad.

Conforme avanzaban sus pasos, menos se podía ver a través del frío y húmedo manto de bruma. El padre perdió el sentido por un minuto, de repente se cortó con cuchillo el silencio apacible de la escena, el motor de algún vehículo aproximándose. Ahora la pregunta era por dónde aparecería. Gastón temblaba. Sentía que se acercaba directo hacia ellos. “Silencio” exclamó su padre, entorpecido por el exceso de habilidad de supervivencia, no podía ubicar por dónde aparecería el monstruo metálico. Gastón bajó la mirada en señal de respeto, en ese instante logró conseguir una pista, justo bajo sus pies, estaban sobre una de las líneas blancas de las que se disponen en medio de las carreteras. El muchacho cogió a su padre, perplejo por ver los dos imponentes faroles neblineros de un convoy de carga.

Por fortuna alcanzaron a salir de la huella antes de ser arrollados. El conductor del carguero no se detuvo, es más, seguramente jamás los vio porque “esos convoy suelen viajar en piloto automático”, exclamó el molesto adulto. Al fin algo malo de entre todas las maravillas de las que se pavoneaban en esta era.

Saliendo de la niebla, las cosas no se pusieron mejor. Comenzó a rugir el estómago de ambos viajeros y el frío estaba calando hondo en los huesos. El padre no pudo contener más lo desorientado y asustado que se encontraba y Gastón le pidió de favor que se detuvieran un momento. “No Gastón, ahora no es tiempo de mirar a las estrellas ni a los cactus otra vez, casi nos matan allí en la neblina y ahora lo único que quiero es un maldito pueblo en donde poder tener calefacción y algo de comida”.

El pequeño Gastón quedó devastado, fue tan hiriente sentir esas palabras por parte de su padre, sacó las manos de sus bolsillos y entre esos, la piedra que había recogido. “Si tan malo te parece todo esto” exclamó y arrojó la piedra tan fuerte como pudo al pavimento. El pequeño mineral rodo y rodo por el asfalto a una buena velocidad, raspando sus puntas en la superficie, brotó una chispa, luego otra y cuando se hubo detenido, se encendió una pequeña llama.

Padre e hijo estaban atónitos, era fuego en medio del desierto y que provino de la pequeña piedrecita. Pues claro, la piedra era un resto de salitre, un elemento natural, algo increíble de pensarse en la cabeza del odioso y maquinado adulto, vencido por la naturaleza y viveza de lo más simple de la vida.

jueves, 9 de abril de 2009

Proyecto Alma



"Proyecto Alma"

La noche de aquel 31 de Julio de hace diez años fue tan intensa. Una enorme bola de fuego cubrió todo el laboratorio de las afueras de la ciudad. Fue un experimento de mutación genética por vía de poderosas fuentes de energía. Ninguno de los científicos que trabajaban esa noche sobrevivió, sin embargo, había alguien, o algo, que podía dar fe de lo que ese lugar significaba. Por mucho que las llamas calcinaron computadoras, equipos, documentos, expedientes y un sinfín de otros proyectos, jamás la muerte logró ganarle al experimento Alma.

Alma era el primer ser nacido de una célula completamente intervenida. Era como crear un ser humano a partir de la nada. No obstante, la intensidad de la explosión fue tal que su figura humana se vio distorsionada, involucionando en una criatura más pequeña, curca, de no más de 1,40 mts. Humanoide casi, con su cráneo pronunciado hacia atrás y extremidades algo cortas.

La noche del accidente, Alma, sobrevivió gracias a que su organismo logró adaptarse a la radiación. Se aferró de lo que pudo para sobrevivir, fusionándose con material genético humano de las personas que fenecieron allí. Comenzó entonces a absorber todo lo que consideró importante a su paso. Se hizo de grandes conocimientos al asimilar la base de datos de la computadora central y comenzó a buscar fragmentos entre las ruinas de todo vestigio de información. Soñaba con algún día reconstruir su hogar, porque las ruinas de ese laboratorio no fueron pisadas nunca más por ningún otro ser viviente que no fuera Alma.

Todos en el pueblo comentaban acerca de la existencia del humanoide. Lo habían conseguido divisar algunos, quienes valientemente se acercaban hasta el recinto en busca de alguna historia interesante, todos sin éxito, porque el miedo era tan grande de aproximarse que optaban por huir.

Alma en tanto los miraba con alegría desde adentro. A pesar de no proferir palabra alguna, podía sentir ciertas emociones humanas y, como buen ser social, sentía curiosidad de poder interactuar con otro ser pensante. No obstante jamás cumplió aquel anhelo, porque nadie quería encontrarse con él cara a cara, era sinónimo de peligro, bestia y hasta demonio.

Quedose entonces Alma tan solo, como vacío. A pesar de que nada lo mantenía más concentrado que la recopilación, reagrupación y decodificación de datos, anhelaba compartir imperiosamente sus descubrimientos. Había conseguido desarrollar vacunas para el combate de ciertos antígenos, tenía en proceso otras tantas con el objetivo de curar el cáncer y finalmente lo que más le desvelaba, una dosis que controlaría el virus de la inmunodeficiencia adquirida.

Alma era todo un genio, a partir de los datos que encontraba era capaz de desarrollar tanta tecnología, pero de nada le servía, puesto que jamás un ser humano se acercaría hasta su puerta para poderle escuchar.

Cuando por fin su proyecto más ambicioso estuvo listo, decidió que ya era hora de romper el hielo y aprovechó la excursión de un grupo de adolescentes, quienes se acercaron hasta con cámara de video para adentrarse en los aposentos del “esbirro”.

Se colaron por la puerta trasera, emocionados por todo lo que veían. Restos de la quemazón, maquinaria aparentemente arreglada y alguna que otra en funcionamiento. Había sistema eléctrico funcionando, no al cien por ciento, pero al menos permitía una luminosidad mínima para la habitación.

Bajaron hasta el cuarto subterráneo, mientras leían el cartel de la puerta que les bloqueaba el acceso: “sala de pruebas”.

Haciendo caso a la curiosidad más que al recelo, los chicos entraron al cuarto, encontrándose con todos los proyectos que Alma había conseguido desarrollar de manera autodidacta y no fue, sino hasta que leyeron en el envase, el más sorprendente de todos: “Vacuna VIH”. Uno de los chicos tomó el frasco que contenía una pequeña cantidad de solución acuosa azulada, cuando oyen pasos bajar las escaleras, Alma se apareció, con una expresión desbordantemente alegre, tanto así que su energúmena facción les causó un terror inmenso, dejando caer el frasco de la vacuna.

Alma parecía no estar ni ahí con la rotura de su proyecto más importante, parecía descompensado de euforia por ver a los seres humanos desde tan cerca, quiso correr a saludarlos, pero los chicos salieron volando del laboratorio para nunca más volver.

Alma se sintió tan triste, les suplicaba desde el umbral de la puerta principal que por favor volvieran, pero era demasiado tarde, los chicos corrieron cuesta abajo hasta el pueblo para mostrarles a todos la cinta obtenida.

Pasaron algunos días y Alma cayó en un profundo estado de depresión. No se interesaba por la ciencia, ni por los trabajos pendientes, sólo miraba por la ventana esperando que algún día los chicos volvieran a aparecer por ahí. Se sentía tan solo, y desarrolló por primera vez un concepto de corte emocional: la soledad.

No tardaron muchos días más para que aparecieran camiones, autos, cámaras, periodistas y otro sin fin de personas, el laboratorio estaba rodeado de una caterva de las más diversas gentes. Científicos aseguraban que Alma había hecho el descubrimiento más grande de todos, la cura a una enfermedad irreversible. Irrumpieron con tanta violencia en la morada de Alma que, en lugar de sentirse feliz por recibir atención, se enfadó tanto. No buscaba cualquier compañía, sentía esa intromisión interesada del ser humano que estalló en cólera y mientras rompía una a una sus creaciones, ahuyentaba a todos los invasores.

Cuando irrumpió la brigada especial de contingente militar, Alma se asustó y en su reacción golpeó los generadores de energía eléctrica. Las chispas no tardaron en avivar una bola de fuego tan inmensa como la de hace diez años. Todo el laboratorio se redujo a cenizas esta vez, incluyendo a Alma, quien achicharrado, se derretía pensando en que hay secretos que están mejor en la oscuridad y velo del sigilo, pues la naturaleza humana en esos casos no los logra recibir con la madurez suficiente.