“COLOR DE ROSA”
Andrea no tardó en precipitarse hasta la cornisa de la azotea. El edificio donde vivía tenía unos diez pisos, lo suficientemente alto como para darle fin a aquella agonía tormentosa en la que estaba sumida su existencia.
Hasta hace unos meses, Andrea era una muchacha completamente normal, de hecho, todos le envidiaban en la universidad por su buen desempeño, su bella silueta y su desplante tan angelical. Tenía todo lo que una joven de veinte años podría querer. Tenía un buen hombre a su lado, un cabro sin vicios, estudioso, de buena presencia y que la hacía soñar con casarse en cuanto ella terminase sus estudios. Él ya era egresado y jamás sus ojos se posaron en otra fémina que no fuera la misma Andrea.
Sus padres la visitaban cada vez que podían. Como trabajaban en buenos negocios, no les costaba arrendarle un buen departamento a su hija, con todas las comodidades y lujos que se pueda esperar. Céntrico, la universidad no le quedaba lejos, tenía restaurantes por el sector y a pasos del tren subterráneo, llegaba pronto a cualquier sitio donde pudiera relajarse. Nunca tuvo ninguna discusión con sus padres, ambos de edad algo avanzada, carecían de enfermedades o de achaques, tampoco le cargaban a ella drama alguno, al contrario, sus distinciones eran mérito de gozo y celebración. Cuando volvía a casa para sus vacaciones, la recibían todos con gran algarabía. Era la princesa del lugar, los muchachos se daban vuelta al mirarla y se turnaban para invitarle a salir, mas ella sólo se dedicaba a vivir la naturaleza que en la ciudad no se podía obtener y de vez en cuando visitaba a alguna amiga o familiar cercano.
Andrea, hija única, recibió siempre la mejor educación. Desde monjas hasta grandes eminencias educativas privadas. Logró distinción en cada uno de los cursos que aprobó. También desarrolló inquietudes artísticas en violín y en la universidad asistía a teatro y danza, siendo siempre solista y bailarina líder.
Como su personalidad era afable y carecía de soberbia, no poseía enemigos, más bien, aquellas que podían verle con cierto recelo, terminaban haciéndose amigas de ella para recibir sus consejos. Andrea sólo se limitaba a reír, no dudaba en socorrer a quien se lo pidiese.
Una vida perfecta hasta el último día, donde todo se volcó en una marea tormentosa, los relámpagos estallaron en todo lo ancho de su corazón inmenso, convirtiéndolo en tierra baldía y estéril.
Comenzó a faltar a sus clases, primero una vez por semana, luego dos, hasta que pasaban semanas enteras en que no se aparecía. No llegaba a los trabajos grupales ni a las pruebas, sus calificaciones bajaron enormemente y cayó del pedestal en que todo el mundo la había consagrado desde sus inicios. Empezó a perder peso, no comía bocado alguno desde el desayuno hasta la cena. Su piel perdió su brillo y sus ojos se tornaron opacos, ya nadie notaba que ella estuviese ahí. Sus cabellos pasaron de ser doradas espigas a un montón de paja amontonada. Nadie se explicaba la horrenda metamorfosis.
Su chispa era ahora un vano espejismo. Rara vez hablaba con alguien, inclusive sus amistades más cercanas perdieron contacto. Se especulaba que atravesaba por alguna enfermedad o una crisis nerviosa, pero carecía de sustento ante la buena salud que siempre la acompañó. Llegaron entonces a pensar en que había roto con su pololo, pero una vez le vieron salir del edificio cuando sus compañeros iban a visitarle. Entonces ¿por qué Andrea se derrumbó así?
Volviendo a su presente, Andrea respiraba el aire helado de la altura, luego echaba un ojo hacia abajo, donde varias personas se amontonaron desde la acera para ver lo que ocurría. Su mirada estaba vacía, permanecía quieta, inerte, su cuerpo habría de caer con la ligereza de una hoja en otoño.
El flash back de su vida se fijó en un día exacto, antes de que todos notasen su violento ocaso. Era una mañana de domingo tan perfecta, tan soleada, con aves cantando en el techo del edificio. Andrea se levantaba luego de haber pasado la noche con su amado, caminó hasta el living, donde estaba la chaqueta de él, la cogió y cuando se encontraba embriagada en el aroma del perfume varonil de su hombre, cayó el celular de éste desde el bolsillo. Lo tomó rápidamente creyendo haberle roto y cuando miró en su pantalla, no pudo evitar contener la curiosidad de leer el mensaje de texto que había en la casilla.
Al lunes siguiente comenzó el paulatino desmoronamiento de la pobre Andrea. Toda una vida de perfección y armonía vital comenzaba a perder sustento. Fue tan fuerte el golpe que su mente frágil no contuvo el golpe eléctrico de la verdad. Habían sido dos años de intenso romance que en una mañana se convirtieron en un pasaje oscuro, el adelanto del epitafio de la que sería su tumba.
La luz y la sirena del carro de bomberos le hicieron recobrar su consciencia. Miraba nuevamente hacia abajo desde la cornisa y el equipo de rescate le imploraba que se alejase del borde. Andrea seguía enraizada a ese lugar.
Dos de sus amigas estaban abajo, le gritaban desde la calle y hacían señas con las manos pero para Andrea eran como dos luces en la niebla. Ella al interior suyo se mantenía impenetrable, sólo podía escuchar su corazón que se aceleraba cada vez más. De pronto lo vio entre las personas que atestiguaban desde abajo y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Aquella mañana no dijo ninguna palabra, es más, pretendió no haber visto nunca el mensaje. Fue a la cocina y le preparó el desayuno a la cama como siempre lo hacía cuando él se quedaba a dormir junto a ella. Después se siguieron viendo con la misma frecuencia, pero Andrea jamás le advertía razón alguna de sus repentinos cambios, tanto biológicos como sociales. Él pensaba que quizás alguno de sus padres estaría enfermo, pero ella lo negaba constantemente: “estoy bien, no te preocupes más por mí” eran todas las palabras que atinaba a decir.
El muchacho no se pudo quedar mirando por mucho tiempo desde su auto, apenas vio hacia arriba que la persona que estaba a punto de arrojarse de la azotea era su prometida, salió del auto y subió por el ascensor a toda prisa. Cuando estuvo frente a ella, Andrea le miró fijo a los ojos: “¿es él, cierto?”, señalando hacia alguien de quien nadie advirtió su presencia dentro del cuadro. El acompañante de su amado al interior del auto se bajó mirando con sorpresa el alboroto. “Así es”, dijo él, “pensaba decírtelo, pero ni siquiera yo sabía cómo hacerlo, incluso para mí era algo increíble”.
- “¿Hace cuánto que le conoces?”.
- “Sólo un par de semanas, ahí fue cuando todo empezó”.
- “Perfecto, así ya no me siento como una estúpida”.
- “No lo hagas Andrea, no es la solución”.
Andrea había perdido todo cariño a su existencia, todo en sus días no había sido más que perfección, pero ahora su rectitud se había torcido y empapado de una mancha imborrable de tinta. Finalmente, la chica se lanzó con la misma tranquilidad de sus palabras. Murió al instante cuando estuvo en el suelo, fue imposible disponer de algún método para evitarlo. Andrea se extinguió tan dramáticamente como ameritaba la teleserie de su vida, nació y creció como un prodigio y se durmió como la inocente muchacha engañada por un hombre a quien no le parecía perfecto permanecer al lado de una mujer, como siempre ella habría imaginado que sería el orden natural perfecto del cauce de la vida.
Andrea no tardó en precipitarse hasta la cornisa de la azotea. El edificio donde vivía tenía unos diez pisos, lo suficientemente alto como para darle fin a aquella agonía tormentosa en la que estaba sumida su existencia.
Hasta hace unos meses, Andrea era una muchacha completamente normal, de hecho, todos le envidiaban en la universidad por su buen desempeño, su bella silueta y su desplante tan angelical. Tenía todo lo que una joven de veinte años podría querer. Tenía un buen hombre a su lado, un cabro sin vicios, estudioso, de buena presencia y que la hacía soñar con casarse en cuanto ella terminase sus estudios. Él ya era egresado y jamás sus ojos se posaron en otra fémina que no fuera la misma Andrea.
Sus padres la visitaban cada vez que podían. Como trabajaban en buenos negocios, no les costaba arrendarle un buen departamento a su hija, con todas las comodidades y lujos que se pueda esperar. Céntrico, la universidad no le quedaba lejos, tenía restaurantes por el sector y a pasos del tren subterráneo, llegaba pronto a cualquier sitio donde pudiera relajarse. Nunca tuvo ninguna discusión con sus padres, ambos de edad algo avanzada, carecían de enfermedades o de achaques, tampoco le cargaban a ella drama alguno, al contrario, sus distinciones eran mérito de gozo y celebración. Cuando volvía a casa para sus vacaciones, la recibían todos con gran algarabía. Era la princesa del lugar, los muchachos se daban vuelta al mirarla y se turnaban para invitarle a salir, mas ella sólo se dedicaba a vivir la naturaleza que en la ciudad no se podía obtener y de vez en cuando visitaba a alguna amiga o familiar cercano.
Andrea, hija única, recibió siempre la mejor educación. Desde monjas hasta grandes eminencias educativas privadas. Logró distinción en cada uno de los cursos que aprobó. También desarrolló inquietudes artísticas en violín y en la universidad asistía a teatro y danza, siendo siempre solista y bailarina líder.
Como su personalidad era afable y carecía de soberbia, no poseía enemigos, más bien, aquellas que podían verle con cierto recelo, terminaban haciéndose amigas de ella para recibir sus consejos. Andrea sólo se limitaba a reír, no dudaba en socorrer a quien se lo pidiese.
Una vida perfecta hasta el último día, donde todo se volcó en una marea tormentosa, los relámpagos estallaron en todo lo ancho de su corazón inmenso, convirtiéndolo en tierra baldía y estéril.
Comenzó a faltar a sus clases, primero una vez por semana, luego dos, hasta que pasaban semanas enteras en que no se aparecía. No llegaba a los trabajos grupales ni a las pruebas, sus calificaciones bajaron enormemente y cayó del pedestal en que todo el mundo la había consagrado desde sus inicios. Empezó a perder peso, no comía bocado alguno desde el desayuno hasta la cena. Su piel perdió su brillo y sus ojos se tornaron opacos, ya nadie notaba que ella estuviese ahí. Sus cabellos pasaron de ser doradas espigas a un montón de paja amontonada. Nadie se explicaba la horrenda metamorfosis.
Su chispa era ahora un vano espejismo. Rara vez hablaba con alguien, inclusive sus amistades más cercanas perdieron contacto. Se especulaba que atravesaba por alguna enfermedad o una crisis nerviosa, pero carecía de sustento ante la buena salud que siempre la acompañó. Llegaron entonces a pensar en que había roto con su pololo, pero una vez le vieron salir del edificio cuando sus compañeros iban a visitarle. Entonces ¿por qué Andrea se derrumbó así?
Volviendo a su presente, Andrea respiraba el aire helado de la altura, luego echaba un ojo hacia abajo, donde varias personas se amontonaron desde la acera para ver lo que ocurría. Su mirada estaba vacía, permanecía quieta, inerte, su cuerpo habría de caer con la ligereza de una hoja en otoño.
El flash back de su vida se fijó en un día exacto, antes de que todos notasen su violento ocaso. Era una mañana de domingo tan perfecta, tan soleada, con aves cantando en el techo del edificio. Andrea se levantaba luego de haber pasado la noche con su amado, caminó hasta el living, donde estaba la chaqueta de él, la cogió y cuando se encontraba embriagada en el aroma del perfume varonil de su hombre, cayó el celular de éste desde el bolsillo. Lo tomó rápidamente creyendo haberle roto y cuando miró en su pantalla, no pudo evitar contener la curiosidad de leer el mensaje de texto que había en la casilla.
Al lunes siguiente comenzó el paulatino desmoronamiento de la pobre Andrea. Toda una vida de perfección y armonía vital comenzaba a perder sustento. Fue tan fuerte el golpe que su mente frágil no contuvo el golpe eléctrico de la verdad. Habían sido dos años de intenso romance que en una mañana se convirtieron en un pasaje oscuro, el adelanto del epitafio de la que sería su tumba.
La luz y la sirena del carro de bomberos le hicieron recobrar su consciencia. Miraba nuevamente hacia abajo desde la cornisa y el equipo de rescate le imploraba que se alejase del borde. Andrea seguía enraizada a ese lugar.
Dos de sus amigas estaban abajo, le gritaban desde la calle y hacían señas con las manos pero para Andrea eran como dos luces en la niebla. Ella al interior suyo se mantenía impenetrable, sólo podía escuchar su corazón que se aceleraba cada vez más. De pronto lo vio entre las personas que atestiguaban desde abajo y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Aquella mañana no dijo ninguna palabra, es más, pretendió no haber visto nunca el mensaje. Fue a la cocina y le preparó el desayuno a la cama como siempre lo hacía cuando él se quedaba a dormir junto a ella. Después se siguieron viendo con la misma frecuencia, pero Andrea jamás le advertía razón alguna de sus repentinos cambios, tanto biológicos como sociales. Él pensaba que quizás alguno de sus padres estaría enfermo, pero ella lo negaba constantemente: “estoy bien, no te preocupes más por mí” eran todas las palabras que atinaba a decir.
El muchacho no se pudo quedar mirando por mucho tiempo desde su auto, apenas vio hacia arriba que la persona que estaba a punto de arrojarse de la azotea era su prometida, salió del auto y subió por el ascensor a toda prisa. Cuando estuvo frente a ella, Andrea le miró fijo a los ojos: “¿es él, cierto?”, señalando hacia alguien de quien nadie advirtió su presencia dentro del cuadro. El acompañante de su amado al interior del auto se bajó mirando con sorpresa el alboroto. “Así es”, dijo él, “pensaba decírtelo, pero ni siquiera yo sabía cómo hacerlo, incluso para mí era algo increíble”.
- “¿Hace cuánto que le conoces?”.
- “Sólo un par de semanas, ahí fue cuando todo empezó”.
- “Perfecto, así ya no me siento como una estúpida”.
- “No lo hagas Andrea, no es la solución”.
Andrea había perdido todo cariño a su existencia, todo en sus días no había sido más que perfección, pero ahora su rectitud se había torcido y empapado de una mancha imborrable de tinta. Finalmente, la chica se lanzó con la misma tranquilidad de sus palabras. Murió al instante cuando estuvo en el suelo, fue imposible disponer de algún método para evitarlo. Andrea se extinguió tan dramáticamente como ameritaba la teleserie de su vida, nació y creció como un prodigio y se durmió como la inocente muchacha engañada por un hombre a quien no le parecía perfecto permanecer al lado de una mujer, como siempre ella habría imaginado que sería el orden natural perfecto del cauce de la vida.