domingo, 28 de junio de 2009

El árbol sin raíces


El árbol sin raíces



Había una vez un hombre de conducta intachable, mirada muy apacible, buen comportamiento, amigo de sus amigos y en general bastante tranquilo, se llamaba Ernesto Bonanza.

Sin embargo, Ernesto sufría de un serio problema, era presa de fugaces crisis de bipolaridad, por lo que podía perder el control de sí mismo en el instante menos esperado de presión. Trató de controlarlo durante mucho tiempo, así también lo quiso su mujer, pero desafortunadamente, no hubo caso y ella terminó por divorciarse, en virtud de su propia seguridad. Ernesto entonces cayó horriblemente enfermo, sus crisis se hicieron cada vez más frecuentes y fue a parar al lugar más impensado por todos los que lo conocían, la cárcel.

“No logré ver nada, era todo una corriente, una ola que se lanzó contra mí e hizo que perdiera la visión. Cuando recuperé la consciencia, tenía a mi odioso jefe frente a mí, ensangrentado por completo y yo empapado de ésta”. Confesó él al tribunal.

Durante su encierro vivió en un estado de trance permanente. Las paupérrimas condiciones de vida no le iban ni venían, pareciera que su mente estaba en otro sitio, abstraído, no conversaba con nadie y jamás se le vio sonreír, su rostro no era más que una dura roca. Cayó en cama azotado por misteriosos delirios y el juez determinó cambiarlo de correccional; envió a Ernesto Bonanza al campo del anexo veintiocho, fuera de la ciudad, en un frío y oscuro bosque que no había visto jamás la luz del sol. Allí iban a parar los reos que sufrían de enfermedades y trastornos, porque parecía que la soledad y el contacto con esa deprimente naturaleza les mantenía con vida.

Durante los primeros días, la conducta del enfermo Bonanza no tuvo mayores cambios, a las tres semanas, cuando pensaban en devolverlo a la ciudad, ocurrió el quiebre, Ernesto se había levantado de su cama y comenzaba a mirar el paisaje, donde no había nada más que húmedo verde. Decidieron entonces que se quedara un poco más.

Comenzó el hombre a recobrar poco a poco el brillo de la vida en sus ojos, aunque no la movilidad. Pasaba toda la tarde viendo la lluvia en la ventana y por las noches se dedicaba a escuchar los grillos y otros insectos. Ni el frío ni la humedad hacían que se moviera de su religiosa costumbre. Un día, se le acercó uno de los gendarmes, intrigado por saber qué tanto miraba pero no recibió más que incoherencias.

Pasaron los años y la condena fue al fin cumplida. No obstante, Ernesto no quería marcharse y aunque trató de quedarse para trabajar allí, no se le fue permitido. Ernesto volvió a su viejo departamento en la ciudad, donde las cosas seguían intactas desde que su esposa se fue, todo era triste, pero mantenía la esencia de esos días, como si el tiempo hubiera estado congelado mientras estuvo preso.

Comenzaron a venirle fuertes ataques de nervios, delirios, depresión crónica horrible. Finalmente, Ernesto terminó por quitarse la vida, colgándose de la barra de la ducha.

Cuando se encontró el cadáver, los peritos encontraron algo sorprendente, eran marcas en todas las paredes, pequeñas tachas, como si Ernesto estuviera contabilizando algo. En su celda en el bosque encontraron lo mismo, pero las tachas de ese sitio eran distintas, eran tickets, que simbolizaban positivo, mientras que las de su cuarto en casa eran cruces, al igual que las de la celda de la prisión urbana.

Ernesto Bonanza nunca fue feliz, salvo los días en que por fin logró conectar consigo mismo en la soledad del bosque, donde no había presiones, donde por fin se encontró consigo mismo y pudo mirarse a los ojos: “te perdono, yo mismo, porque por fin puedo conocerte”.

viernes, 26 de junio de 2009

Un profundo y oscuro sueño


Un profundo y oscuro sueño


Desperté en un oscuro túnel, había un silencio horrible, podía sentir los latidos de mi corazón, el olor a sangre, las goteras de las cañerías alrededor por las paredes, luego un chillido, ratas, ratas por doquier, corrían hacia donde no había luz. Sentí que mi corazón se hundía más y más hacia el fondo de mi pecho, pero ¡qué estúpido! Sólo necesito seguir de pie, seguir caminando por los pasajes de este misterioso lugar.

Aunque no lo conocía, sentía una conexión particular con él, la sensación de haber estado aquí antes, o de haberlo visto, ese olor, fétida existencia dentro de la oscuridad, arrastrándose como los animales que le temen a la luz. Extraño el calor del sol, quise buscarle, pero el túnel es más y más oscuro conforme avanzo, los latidos de mi músculo cardiaco son cada vez más agitados, siento dolor, mucho dolor y las imágenes de colores se pasean en la inmensidad del vacío, bailan por delante de mis ojos como burlándose de mí, estoy perdido, es de noche, tengo frío y hambre, pero sé que no existe un hogar más allá de esto, por eso sigo, porque quisiera morir, quisiera ser tragado por este recinto.

¿Sangre?, sí, es sangre, sangre hay en las paredes, las toco y siento esa viscosidad roja entre mis dedos, pero su esencia es familiar ¿será la mía propia?.

Mis pasos no retumban pese a que podría oír el eco en el silencio, hay mucha soledad, pero ¿qué pasa conmigo?, es como si no pesara en esta balanza, no siento que posea una materialidad aquí, más bien soy una sombra, un espectro, un vano recuerdo, memorias, o quizás he muerto, quizás morí y nadie me lo dijo. No, no puede ser posible, porque entonces vería la gloria de Dios convertida en luz al final de mi viaje. Aquí no hay nada más que sombras.

¿No será que voy en dirección al infierno? No, el infierno no existe, el infierno somos nosotros mismos, con nuestra rabia, nuestros rencores, nuestro dolor. Aquella cruz que todos cargan, el infierno somos los mismísimos seres humanos.

Estoy en decadencia, sí, de pronto me arrodillo, los pies me pesan, creo que estoy avanzando aun territorio conocido. Puedo verlo, hay puertas a los lados de todas las paredes del túnel. Una de ellas destacaba por sobre las otras, una de ellas. Se notaba que había luz desde el otro lado, lo veía por el espacio de abajo. Luz, quiero esa luz, es un cálido recuerdo de días vividos, pero días de los cuales quise alejarme, por capricho, por egoísmo, por tontera, por ignorancia o por impulso, quién sabe, mi inconformismo nunca me permitió sentir este resplandor de forma tan cálida como ahora.

Pero ahí estaba la otra puerta, una que poseía un magnetismo irresistible, por mucho que la luz de la otra puerta me hiciera sentir a salvo, esta otra era imposible de no mirar, me hacía dudar. Vi esa puerta como la personificación de lo que mis deseos retorcidos buscaban, había desenfreno, había pasión, estaba esa cuota de descontrol que te hace sentir vivo cuando el mar es una tasa de leche. No percibía buenas vibraciones desde allí, pero entonces ¿por qué existe este rincón en mi mente? ¿no deberíamos los humanos desechar aquello que sabemos que no nos llevará a buen puerto? Lo prohibido se vuelve tentador, queremos romper toda la paz de las cosas que nos hacen sentir bien pero que por capricho deseamos acrecentar y no es que no quiera expandirse, sino que simplemente no se puede más, pero no por ello está en un nivel más bajo. Aún así, aún así esta puerta me atrae como polilla a la supernova de su muerte, cogí la manilla, estaba caliente, hervía, el dolor era insoportable, pero aún así quieres más de ello. Abro la puerta, pero me cuesta abrirla completa, hay luz desde atrás, de donde la puerta de mis recuerdos familiares yacía. Sé que es la mejor opción, pero no sé si realmente lo quiero. Sigo abriendo más y más, lentamente la puerta magnética, mis ojos arden de lo que ven, mi pecho se aprieta como si un ser se abrazara de mis entrañas y no quisiera soltarse. Me asomé un poco para ver, pero no pude seguir adelante, ahí me detuve, algo que parecía que era lo que quería en realidad no era lo que buscaba, sentí desesperación, quise devolverme hasta un lugar en donde estuviera a salvo, quise volver al portal con luz, no sé realmente si sea demasiado tarde, porque la electronegatividad de este otro lugar quiere absorberme. Una voz retumba entonces: “¿Qué hacéis buscando a los vivos entre los muertos?” y entonces, entonces desperté nuevamente en mi cuarto, con la luz del sol clavada en mi cara, donde sí había podido determinar el camino que quería tomar.