sábado, 21 de noviembre de 2009

"El Cumpleaños"


Hola:

Aquí está el regreso de un clásico. Uno de mis primeros cuentos y quizás el más significativo que he escrito hasta ahora. Estuvo de paseo para un concurso de cuentos de la Revista PAULA. Espero como siempre que les guste.


EL CUMPLEAÑOS

Hoy he despertado con un tímido rayo de sol colándose por las cortinas del ventanal. Es un día muy especial, pero con algo de melancólico en su pasar. Abro los ojos y lo primero que veo eres tú. Duermes plácidamente, nada te ha de preocupar en ese ligero y a la vez embriagador sueño, te entregas a él como una hoja al viento, como caen los pétalos de las rosas y el vacío le da ciertos vaivenes que mientras pasan, tú mueres de agonía, pendiendo de un hilo en esa angustia de gritarle para que dejase de ser atraído por la gravedad hacia el fondo del terreno. He decidido dejarte dormir hasta más tarde, a fin de cuentas no eres tú, sino yo quien debe realizar los preparativos para el festín de este día.

Hoy es mi cumpleaños número 32, no puedo creer que el tiempo haya pasado tan rápido. Parecía ayer el día en que tú me pedías matrimonio y luego celebrábamos esa gran boda. Recuerdo que la cola de mi vestido llegaba desde el altar hasta la puerta, bueno, quizás no tanto, pero sí era demasiado larga y todo porque tú querías que tuviera el vestido de novia más original de todo el mundo. Recuerdo cuando dijimos el “sí” y mi madre lloraba de emoción. Mi padre, con su serio ademán, era la primera vez que le veía sonreír y tú, tú siempre has sido muy sentimental, pero este día te mostraste tan fuerte y me dijiste “no voy a llorar, porque este momento es para festejar”. Qué tonto, ojalá hubieras recordado eso hace dos años atrás, te juro que cada una de tus lágrimas me desgarró el corazón.

En fin, me levanté, me puse la bata y caminé por el pasillo hasta el cuarto del pequeño Luis. Aún dormía, acurrucadito en su frazada. Sus cuatro añitos son motivo de una alegría inmensa para mí. Ojalá y pudiera cumplir un año menos ahora, porque así podría llegar nuevamente al día, sólo unos años menos, un poco más atrás en el tiempo para que todo fuera distinto.

Encendí el calefón, luego la ducha y mientras se temperaba el agua te vi venir hacia el baño. Imaginaba que me tomarías ahí mismo, que arrancarías esta bata de mi cuerpo como quien despoja una flor en la tormenta, pero no sucedió, soy invisible a tus ojos, ni siquiera tengo tu piedad en un día como hoy, que es mi cumpleaños. Está bien, no importa. Esperé a que salieras del cuarto de baño para quitarme mis ropas y darme una buena ducha.

Al salir, no podía encontrar ninguna de mis ropas en el armario. Las escondiste para así evitar encontrarte conmigo, quieres olvidarme, pretendes acallar todo esto tan sólo desarraigándome de tu memoria. Por fin, en el último cajón encontré doblado mi vestido violeta, tu favorito. Recuerdo que me lo regalaste para mi primer cumpleaños estando casados, hace ya cinco años. Las lágrimas ahogaron mis ojos, pero debía mantenerme firme, aún me faltaba saludar a mis invitados.

En cada cumpleaños recibía la llamada de mis padres al despertar. Hoy no ocurrió. El café me supo amargo completamente, porque apenas pude sentarme a la mesa, tomaste las llaves, cogiste al niño y te lo llevaste donde mis padres. En consecuencia, tomé el desayuno sola. No importa, porque tenía la esperanza de que esa tarde todo cambiaría.

Lavé los platos de la cocina, eran muchos. Pasé la aspiradora y limpié los vidrios del ventanal. Saqué de la bodega los individuales y el mantel de fiesta, también la caja con las copas y finalmente la vajilla de porcelana que le costó un dineral a tu hermano pero que fueron el regalo de bodas que más me encantó. Decoré todo muy bonito.

Me dieron las tres de la tarde. Sabía que llegarías a las siete hoy, por lo que me relajé un rato sentada en el sofá, mirando viejas fotografías, donde estabas tú y Luis cuando recién nació. El parto fue tan complicado, pero sabía que ese niño estaba destinado a nacer. No lo dejes nunca solo, es un milagro que pudiera nacer, porque para mí el embarazo estuvo lleno de complicaciones. ¡Qué rápido pasó el tiempo!, a las cinco recién me percaté. Fui por la torta, debía de estar lista hace mucho.

Era hermosa, de crema y frutilla, decía con muchos colores: “Feliz cumpleaños Doris”. Se veía deliciosa y fue el momento más colorido del día. Al llegar a casa ya era las seis y media. Puse la torta en el centro de la mesa, coloqué el champagne a un lado, también dos puestos más por si mi papá y mi mamá venían a dejar al niño y me senté en la cama, en el dormitorio a esperarte.

Me daba pena que no hubieras dejado ni una rosa, ni una caja de bombones como siempre lo hacías al lado de la cama, pero bueno, no te culpo, hay costumbres que se desgastan con el tiempo. Lo mismo pensé del llamado de mis padres. Finalmente el teléfono sonó, me levanté rápidamente, exaltada por el sonido de la campanilla, atendí, era la voz de mi hermana. Yo le hablaba pero parecía no escucharme. Es más ni siquiera preguntó por mí, sino que preguntó por ti. Al instante cortó. Debe de ser un problema con la conexión pensé, así que tomé el teléfono y le devolví el llamado. Ocurrió lo mismo, ella decía “aló” y yo también, pero no podía oírme. En eso suena la puerta, eras tú, venías con mis papás y con Luis en brazos.

Si viene cierto, era un día muy alegre para mí, pero no entendía por qué mis padres estaban vestidos de negro. Les sonreí efusivamente y estiré los brazos para recibir sus saludos, pero pasaron por al lado mío como si nada. Marco hizo lo mismo, llevó a Luis a su pieza, sin embargo, lo que hizo que mi corazón volviera a acelerarse fue la pregunta del niño: “Papá ¿Crees que mami sepa que hoy es su cumpleaños?”. Luis recordaba qué día era hoy, pero quedé inmediatamente helada cuando tú le contestaste: “No lo sé hijo, ella está descansando ahora, no creo que pueda recordarlo, pero igual, quiérele mucho para que así ella siga durmiendo tranquila”.

Luego volviste a la sala, te despediste de mis padres en la puerta y les agradeciste por su compañía el día de hoy, que aún es difícil pasarlo solos. Aquí estoy Marco, aquí estoy marido mío, estoy frente a ti y no puedes verme. Marco caminó hasta la pieza matrimonial y sentado en la cama, con la puerta cerrada se puso a llorar, mientras decía entre sollozos: “Fue tan difícil sacarla de entre los fierros”. Fue ahí donde las imágenes de ese día volvieron a mí, la sangre, los vidrios rotos, el choque, el autobús, todo ese maldito día de hace dos años atrás.

Me senté en la cabecera de la mesa, encendí temblorosamente las velas de la derretida torta, mientras entonaba otro “cumpleaños feliz” completamente sola.