miércoles, 14 de octubre de 2009

Amor fantasma





Hola:

Aprovechando que el 31 de Octubre se celebra la comercial noche de brujas, traeré durante estas semanas antecesoras una selección de cuentos con tenor fantasmal. Espero que os gusten.

Rodrigo Bueno.


Amor fantasma

Parecía que antiguamente este lugar habría convocado a más de cien almas de todas partes de lo ancho y largo de la pampa. El antiguo teatro de la ex oficina salitrera seguía en pie como si los años no hubiesen transcurrido nunca desde la partida de sus habitantes. Colgaban aún de las paredes docenas de carteles de las obras y actores que se habían presentado en esa joya de proscenio, las butacas, cubiertas de una típica capa de polvo estaban intactas y los telones de color marrón caían con la misma altivez de siempre.

Nicanor, el guardia nuevo se había quedado petrificado en cuanto escuchaba retumbar el eco de su colega, el cual llevaba bastantes años de experiencia cuidando el patrimonio de la humanidad que era la ex oficina, por lo que su discurso sobre cómo hacer las cosas tenía un dejo de coerción.

- Tú harás las rondas por la noche, ya que el frío pampino me cala demasiado en los huesos -. Fue lo último que se escuchó y que rompió la nube de asombro que mostraba el novato ante la altitud del teatro. Asintió tímidamente mientras que el veterano se retiraba satisfecho.

Nicanor había sido siempre aficionado a la lectura, por lo que estar frente a tal recinto rico en historia le resultaba bastante interesante, recorrió el escenario mientras contemplaba con el mismo asombro de hace un instante y se retiro lentamente poniendo atención al eco de sus pisadas en el vacío, entonces fue la primera vez que lo oyó, un ruido de tacones estremeció el ambiente e hicieron que el joven se pusiera en alerta, mirando hacia todos lados y llamando por si había sido algún turista perdido. No recibió respuesta. Como dejó de oírlo se retiró sin pensarlo dos veces, creyendo que había sido producto de sus abstracciones.

Llegó la medianoche y Nicanor tuvo que hacer su ronda nocturna. Salió con la potente linterna y su casaca abrochada hasta el pescuezo. El frío atravesaba como cuchillas la ropa y se alojaba en los huesos con su manto maquinal, a punto que la niebla impedía ver con claridad. Nicanor no reparó en ninguna extrañeza mientras recorría las calles vacías de la desolada oficina. Los rincones eran sombríos pero quedaban desnudos ante el inagotable rayo de luz por lo que no cabía duda de que no había ser humano a varios kilómetros a la redonda. Todo tranquilo hasta que se detuvo a las puertas del teatro donde impulsado por una inquietante curiosidad decidió acercarse hasta la puerta, entonces volvió a escuchar cosas, esta vez lo que parecía la voz de una mujer pidiendo ayuda con un sonido tan suave y tan melodioso que desentonaba con el tosco paisaje de alrededor. Comenzó a sentir un escalofrío inmenso por todo el cuerpo, mientras apresuradamente buscaba las llaves de la puerta, cuando la encontró, abrió raudamente el portal esperando rescatar a la doncella en peligro, mas no había nadie al interior del recinto.

Regresó hasta la entrada donde permanecía guarecido su veterano compañero, estaba pálido pero evadió los comentarios de su compañero. Luego de palpar su taza caliente de café le preguntó si alguna vez había visto cosas extrañas por el lugar. El viejo se echó a reír dando por sentado que las anormalidades andaban a la orden del día en este lugar. Nicanor intentó evadir el miedo que eso le causaba con un poco de lectura, no obstante a las tres de la madrugada era nuevamente turno de echar una ronda.

Hizo el mismo recorrido de forma normal, con bastante frío pero nada lo inquietaba más que volver a pasearse por las afueras del teatro, se puso a intentar escuchar detrás de la puerta pero ahora no sintió nada fuera de lo común por lo que volvió con cierta frustración.

A la noche siguiente continuó con sus rondas empecinado en volver a oír a la mujer del teatro pero siempre volvía sin novedad, aún cuando a ratos disipaba su curiosidad con lectura, el tema lo perseguía, pensaba en lo aterrador que resultaba pero deseaba volver a vivir el taconeo de sus zapatos o los gemidos de socorro. Pasaron meses sin que volviera a escuchar nada y pronto se olvidó del tema, su trabajo se volvía monótono hasta que una buena noche, en la ronda de las tres se volvió a acordar del asunto mientras fumaba un cigarrillo y se detenía a las puertas del teatro. Fue allí cuando en la esclarecida noche de luna llena, abrazada por un silencio sepulcral, le pareció oír a la mujer hablando. Sonaba como un monólogo pero no podía entender bien lo que decía. Escuchó por detrás de la puerta de entrada con gran asombro, entonces su obsesión recobró la vida, abrió la puerta para entrar con el corazón latiendo a mil por hora pero nuevamente no encontró a nadie. Su desilusión fue tal, como si se tratase de un amor que te deja plantado en el altar, regresó con pesadez a su lectura y su café habitual. En sus descansos llegaba a soñar con esa mujer, inclusive le intentaba inventar una corporalidad que sólo existía en su mente, deseaba con todo su corazón poder verla algún día, aunque su veterano colega le dijera siempre que sólo se trataba de un ruido más como los de siempre en la pampa, Nicanor parecía embriagado del deseo de encontrarse con ella cara a cara.

Iba y venía más veces de las que realmente tenía que rondar la oficina pero no le volvía a dar señales esa mujer fantasma. Se ausentó un mes que se le hizo eterno a causa de una grave lesión en su espalda. Todas las noches soñaba con abrir las puertas de ese teatro y encontrarse allí a su musa en el proscenio, montando el papel principal de una fantasmagórica historia de amor. Volvió al trabajo de su licencia médica con la ilusión de volver a sentir su presencia, iba inclusive de día y se sentaba en las butacas del teatro pero no pasaba nada. Se subía al escenario, ensayaba argumentos de obras que ya había leído en sus ratos libres, esperando encontrarse allí a su coprotagonista.

“Romeo y Julieta” era el último libro que había captado su atención, sentía que su amor imposible era como el que exponía Shakespeare entre un espectro y un mortal. Ya no hacía la ronda entera, se sentaba en las butacas por la noche, bajo el manto de la oscuridad para contemplar en el escenario el posible desenlace de una obra que jamás se llegaría a interpretar.

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