viernes, 9 de octubre de 2009

Doncella de hierro


A veces hay cosas en la vida que te marcan y crean barreras dentro de uno que al final sólo resultan ser un mecanismo de defensa ante el miedo de caer en esa misma desesperación otra vez. Para todos aquellos que les identifique esto, les dedico este cuento:


“Doncella de hierro”


Sara era una niña muy pequeña cuando comenzaron los problemas en el matrimonio de sus jóvenes padres. Ambos se habían tenido que casar obligados y prematuramente por el embarazo no deseado de su madre y por ende fueron obligados a dejar sus vidas de instituto para empezar, él a trabajar y ella a atender a la pequeña en camino.

Papá comenzó con empleos de poca paga y de medio tiempo en servicentros y luego en el cine. Consiguió ir ascendiendo y mientras tanto se dedicaba a estudiar una carrera técnica de corto plazo. Tenía ya el dinero suficiente y pudieron rentar un mejor departamento para vivir con la nueva integrante. Mamá en cambio había recibido el chaparrón de años encima a su corta edad. El estrés de hacerse cargo de una vida sin siquiera tener completamente resuelta la suya la agobió a tal punto que sufría de crisis de pánico y una depresión por culpa de lo frustrante que resultaba el hecho de que se troncasen todas sus expectativas de vida. Soñaba con una boda de princesas, un vestido blanco vaporoso y una catedral repleta de amigos y familiares. Una fiesta en el club de yates y un marido cuya profesión le permitiera vivir llena de lujos y comodidades. Quizás algún día escribir alguna novela o un compilado con sus cuentos que solía redactar de vez en cuando estaba aún en la media. En lugar de todo eso tenía al rebelde amor de juventud con el cual por culpa de una calentura y voladas de carrete había terminado acostándose sin siquiera tener una relación amorosa formal.

Ambos padres miraban a la pequeña Sara dormir en su cuna con una felicidad tintada de amargura y con la duda de saber cómo habría sido todo de no haber nacido ella. La pareja se miraba también con ciertos reparos, no había pasión ni mucho menos amor entre ellos, eran una familia a la fuerza y pronto el peso de las frustraciones de ambos se dejaría caer en sus constantes discusiones.

Era un ciclo sin fin, peleas, llantos, idas de casa y luego retornos para seguir intentándolo por la pequeña. Sara fue creciendo con las palabras cruzadas de sus padres detrás de la puerta y su personalidad se forjó amarga, seria e introvertida. A los cinco años parecía una verdadera señora por cómo pensaba y veía el mundo. Entró a la educación primaria y cuando pedían que dibujara a su familia sólo se dibujaba así misma porque encontraba que no podía confiar en nada más en el mundo que en su propia capacidad y sus propios ideales.

De adolescente, ya sus padres estaban más desgastados y acabaron separándose, ella se quedó a vivir con su madre. No obstante, los pensamientos de Sara sobre la vida jamás cedieron. Nunca tuvo pololo y jamás sintió atracción por ningún muchacho de su curso, era ruda y tampoco tenía amigos ni amigas, solitaria y rebelde pero muy inteligente, era la mejor de su clase aunque no cumpliera con el arquetipo de “buena niña”.

Un día, de camino al colegio, ya estando en cuarto medio, Sara tuvo la mala suerte en una esquina de ser víctima de un motociclista que iba a toda prisa y olvidó frenar en el semáforo. A punto de ser arrollada, fue salvada por un compañero de su clase que la empujó desde atrás fugazmente. El muchacho siempre había intentado acercarse a ella, mas nunca fue correspondido ni capaz de derribar las barreras de la amarga muchachita sino hasta ese día que las sonrisas de gratitud y el brillo inocente de los ojos de Sara dejaron entre ver tras su socorro.

El difícil coqueteo entre ambos era rechazado por la racionalidad de ella, no obstante, el corazón siempre tiene razones que la misma razón desconoce y sin entender por qué, se sentía irremediablemente atraída por alguien más que no fuera ella misma. Fue difícil eso sí porque a pesar de los galantes cortejos del muchacho eran embestidos brutalmente por las negativas de Sara.

Desde las invitaciones para salir fuera de clases hasta las ofertas para trabajar juntos en el colegio parecían ser demasiado comprometedoras para ella y le recordaban a cada segundo los episodios vividos en la infancia con las peleas de sus padres, más aún que la edad en que había sido concebida era justamente a los 17 años de su madre. Pensaba en lo horrible que parecía esa relación pero a la vez lo antagónico que parecía su interior al soñar despierta con aquel muchacho heroico que la rescataba de ser atropellada.

Llegó el fin de curso y el día de la licenciatura recibió en su casa un ramo de flores con una tarjeta firmada por él, aún así nunca le respondió y aunque ella eligiera irse a estudiar fuera de Santiago, siempre se mantuvo firme en creer que posiblemente ese joven fuera la única excepción a su regla de jamás enamorarse para vivir el mismo infierno que los mayores.


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Mis agradecimientos especiales a la canción que ha servido de guía para su elaboración, "The only exception" de la banda norteamericana Paramore.

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